Un gato, llamado Rodilardo, causaba tal estrago entre las ratas, y las diezmaba de tal manera, que ellas no osaban moverse de su cueva. Así, iban viviendo con tal penuria, que al gran Rodilardo no lo tenían por gato, sino por diablo.
Un buen día en que Rodilardo por los tejados buscaba esposa, y mientras se entretenía con tales cosas, sucedió que las ratas se reunieron, deliberando sobre qué remedio tendrían sus descalabros. Habló así la más vieja e inteligente:
—Nuestra desgracia tiene un remedio: ¡atémosle al gato un cascabel al cuello! Podremos prevenirnos cuando se acerque, poniéndonos a salvo antes que llegue.
Cada cual aplaudió entusiasmada; esa era la solución ¡estaba clara! Mas, poco a poco, reaccionaron las ratas, pues ¿cuál iba a ser tan timorata? ¡Quién iba a atarle el cascabel al gato!
Jean La Fontaine
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