Se arquea suavemente y te mira con sus enigamáticos inmóviles ojos amarillos, después se aleja dejándote en las yemas de los dedos la fugaz sensación de un pelaje acariciable y de un cuerpo elástico; se aleja, se aleja con pasos silenciosos afelpados y va a acurrucarse en un almohadón del sofá y uno se queda sonriendo y pensando que quizá sea cierto, sí, debe ser cierto que nació en el Arca de Noé del estornudo de un león, pero claro, es justamente eso, un león en chiquito, qué divertido. Y la sonrisa se te transforma en risa hasta que de pronto los enigmáticos inmóviles ojos amarillos te sorprenden, te clavan, te fijan; un escalofrío te recorre la espina dorsal, el fantasma oscuro de Poe en la ventana, los templos de Bubastis crecen en columnatas dentro de tu propia casa con guirnaldas de flores, de sexo, un loco aquelarre se desencadena en un torbellino verde y por eso la risa se te muere. No, no sos vos quien se va a reir de un gato, nadie se rie de un gato, el que se ríe es el gato, únicamente el gato, preguntale a Alicia.
Eduardo Gudiño Kieffer, "La hora de María y El Pájaro de Oro", Losada, 1975.
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