El hombre frente al ventanal se acomoda en el sillón, abre el libro y acaricia al gato que duerme sobre su regazo.
El hombre levanta la vista y observa desde el ventanal el paisaje que se extiende frente a su mirada: creer escuchar el rumor del follaje de los árboles; cree sentir la brisa del otoño; cree escuchar la caída de las hojas; cree escuchar, a la distancia, el trino de los pájaros sobre la copa de los árboles.
Ahora su mirada se detiene en el prado, en las rosas y en el sendero de piedras que remata en el portón de ingreso a la propiedad. De pronto, sobre el prado, a mitad de camino entre el portón y la cabaña, se materializa un portal. Desde el interior del arco resplandece un color azul profundo que gira y palpita en pequeñas oleadas. El portal avanza sobre el prado. El hombre sostiene el libro; deja de acariciar al gato. El portal con su silencio de luz y resplandor se detiene frente al ventanal de la cabaña. El hombre, estático, apenas respira. El portal traspasa el ventanal y se esfuma en silencio por el fondo de la cabaña.
El hombre suspira, se acomoda en el sillón, observa su reloj: las manecillas se han detenido y continúa leyendo por toda la eternidad mientras su mano acaricia por siglos a su gato en esta nueva dimensión.
Pedro Guillermo Jara
martes, 6 de abril de 2010
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