Sólo al casarse descubrió que su mujer acostumbraba dormir con el gato y, para poder ingresar en el descanso nocturno, tenía que agarrarle con fuerza una de sus patas.
Cuando murió el animal y ella aseguró que jamás volvería a conciliar el sueño, él se resignó a sustituirle el piloso amuleto por otro que no era trasunto fiel, pero servía.
Myriam Bustos Arratia
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