sábado, 21 de noviembre de 2009
martes, 17 de noviembre de 2009
¡Ah, Jakobson, si le hubieses escuchado!
Para Gastón Gainza, ex profesor en la
Escuela de Castellano de la
Universidad Austral de Chile
Reconozco que el gato nunca había hablado. Desde hacía mucho tiempo mi obsesión era que hablase: por algo existía el modelo de comunicación de Jakobson que estaba ahí, a la mano.
El gato poseía esa mirada inteligente, clara, transparente y de ahí a entablar un diálogo sólo restaba un pequeño esfuerzo. Todos los días lo incentivaba en el ejercicio de la comunicación. Lo de Román Jakobson era materia conocida producto de mis estudios y del celo de mis profesores de lingüística. En ese sentido, cualquier avance, por lo mínimo que fuese, era un gran paso para lograr mi propósito.
Al Diquens –ese era su nombre– lo mimábamos en exceso. Cual perro seguía mis pasos todas las mañanas mientras iba a comprar el pan. El gato me acompañaba maullando con su cola enhiesta. Al regresar le hacía cariño en el lomo –su punto débil– lo cogía en brazos y le comentaba observándolo a los ojos:
—Mira Diquens... en la otra vida estoy seguro que fuiste gásfiter porque te encanta el agua, juegas en el agua que gotea desde las llaves, te inclinas y bebes entrecerrando los ojos con un enorme placer. ¿Fuiste gásfiter? Dime que sí, por favor, no me ocultes la verdad, sé sincero, no me mientas.
Y Diquens, pensativo, después de un largo silencio, que para mí era doloroso, murmuraba:
—Sí, fui gásfiter.
Su respuesta me alegraba y alzándolo hacia el cielo le ofrecía una suculenta porción de pescado fresco. Yo pensaba para mis adentros, lleno de entusiasmo y emoción: ¡Ah, Jakobson, si lo hubieses escuchado!
Por la tarde, el mismo ejercicio: le hacía cariño en el lomo y le comentaba:
—Mira Diquens... en la otra vida estoy seguro que además de gásfiter fuiste zapatero porque te encanta sobarte en nuestros pies, jugar con mis calcetines, ocultarlos mientras desapareces y creo escuchar tu risita contenida y tus ojos flotando en la oscuridad.
—¿Fuiste zapatero? Dime que sí, por favor, no te avergüences, total, habrá otras vidas para ti.
—Sí, fui zapatero.
Y yo, lleno de júbilo, exclamaba: ¡Ah, Jakobson, si lo hubieses escuchado!
A decir verdad, creo que yo quería escuchar lo que quería escuchar porque el gato continuaba con su vida de gato: demarcando su territorio, durmiendo y pensando erróneamente que los gorriones eran ratones con alas y que se posaban en las ramas más altas, fuera del alcance de sus garras, para evitar satisfacer cualquier expectativa del Diquens que se relamía al pie del ciruelo agitando su cola como péndulo blando y peludo.
Por aquellos días mis recursos eran escasos. Soñaba que algún día podría llamar a la televisión, a la radio y a los diarios para anunciarles que era el propietario de un gato que hablaba y que, obviamente, podría obtener algún dinero a costa de su gracia.
Y así transcurrían los días, repasando el modelo de comunicación de este formalista ruso, mientras pensaba lleno de satisfacción y orgullo:
—¡Ah, Jakobson, si lo hubieses escuchado!
Pedro Guillermo Jara
Escuela de Castellano de la
Universidad Austral de Chile
Reconozco que el gato nunca había hablado. Desde hacía mucho tiempo mi obsesión era que hablase: por algo existía el modelo de comunicación de Jakobson que estaba ahí, a la mano.
El gato poseía esa mirada inteligente, clara, transparente y de ahí a entablar un diálogo sólo restaba un pequeño esfuerzo. Todos los días lo incentivaba en el ejercicio de la comunicación. Lo de Román Jakobson era materia conocida producto de mis estudios y del celo de mis profesores de lingüística. En ese sentido, cualquier avance, por lo mínimo que fuese, era un gran paso para lograr mi propósito.
Al Diquens –ese era su nombre– lo mimábamos en exceso. Cual perro seguía mis pasos todas las mañanas mientras iba a comprar el pan. El gato me acompañaba maullando con su cola enhiesta. Al regresar le hacía cariño en el lomo –su punto débil– lo cogía en brazos y le comentaba observándolo a los ojos:
—Mira Diquens... en la otra vida estoy seguro que fuiste gásfiter porque te encanta el agua, juegas en el agua que gotea desde las llaves, te inclinas y bebes entrecerrando los ojos con un enorme placer. ¿Fuiste gásfiter? Dime que sí, por favor, no me ocultes la verdad, sé sincero, no me mientas.
Y Diquens, pensativo, después de un largo silencio, que para mí era doloroso, murmuraba:
—Sí, fui gásfiter.
Su respuesta me alegraba y alzándolo hacia el cielo le ofrecía una suculenta porción de pescado fresco. Yo pensaba para mis adentros, lleno de entusiasmo y emoción: ¡Ah, Jakobson, si lo hubieses escuchado!
Por la tarde, el mismo ejercicio: le hacía cariño en el lomo y le comentaba:
—Mira Diquens... en la otra vida estoy seguro que además de gásfiter fuiste zapatero porque te encanta sobarte en nuestros pies, jugar con mis calcetines, ocultarlos mientras desapareces y creo escuchar tu risita contenida y tus ojos flotando en la oscuridad.
—¿Fuiste zapatero? Dime que sí, por favor, no te avergüences, total, habrá otras vidas para ti.
—Sí, fui zapatero.
Y yo, lleno de júbilo, exclamaba: ¡Ah, Jakobson, si lo hubieses escuchado!
A decir verdad, creo que yo quería escuchar lo que quería escuchar porque el gato continuaba con su vida de gato: demarcando su territorio, durmiendo y pensando erróneamente que los gorriones eran ratones con alas y que se posaban en las ramas más altas, fuera del alcance de sus garras, para evitar satisfacer cualquier expectativa del Diquens que se relamía al pie del ciruelo agitando su cola como péndulo blando y peludo.
Por aquellos días mis recursos eran escasos. Soñaba que algún día podría llamar a la televisión, a la radio y a los diarios para anunciarles que era el propietario de un gato que hablaba y que, obviamente, podría obtener algún dinero a costa de su gracia.
Y así transcurrían los días, repasando el modelo de comunicación de este formalista ruso, mientras pensaba lleno de satisfacción y orgullo:
—¡Ah, Jakobson, si lo hubieses escuchado!
Pedro Guillermo Jara
Etiquetas:
Los gatos en la literatura - narrativa
domingo, 15 de noviembre de 2009
El Negro de Puerto Madryn
Dino, De puerto Madryn, Chubut
sábado, 14 de noviembre de 2009
Cleo, Blanqui y Chipi de Puerto Madryn, Chubut
jueves, 12 de noviembre de 2009
Nuestro gato de cada día
En alguna parte de mi casa hay un gato muriéndose de hambre. Eso me desespera, me desespera oír sus chillidos agudos y tener que buscarlo y buscarlo sin poder encontrarlo (también me desespera la idea de todos esos animales que no tienen voz propia y por lo tanto no pueden chillar y señalarse en algún rincón de casa cuando están atrapados, muriéndose de hambre).
esto ocurre a menudo por defectos absolutamente míos:
1) No tengo oído direccional.
2) Mi casa es demasiado grande, laberíntica, y por lo tanto revisarla a fondo me llevaría semanas.
Y el gato chilla cada vez más débilmente y yo sé que la gonía ya ha empezado.
Yo mientras tanto busco por donde puedo buscar y eso, claro, no me conduce a nada. La verdadera busca debe llevarse a cabo por esas zonas que ni siquiera intuimos, las que quizá no existan pero que sí albergan a ese gato dentro nuestro que no nos deja descansar con sus chillidos, que nos hace buscar sin saber qué y menos aún dónde.
Luisa Valenzuela
esto ocurre a menudo por defectos absolutamente míos:
1) No tengo oído direccional.
2) Mi casa es demasiado grande, laberíntica, y por lo tanto revisarla a fondo me llevaría semanas.
Y el gato chilla cada vez más débilmente y yo sé que la gonía ya ha empezado.
Yo mientras tanto busco por donde puedo buscar y eso, claro, no me conduce a nada. La verdadera busca debe llevarse a cabo por esas zonas que ni siquiera intuimos, las que quizá no existan pero que sí albergan a ese gato dentro nuestro que no nos deja descansar con sus chillidos, que nos hace buscar sin saber qué y menos aún dónde.
Luisa Valenzuela
Etiquetas:
Los gatos en la literatura - narrativa
sábado, 7 de noviembre de 2009
Pía de Puerto San Julián, Santa Cruz
Pía nació en Perito Moreno, Santa Cruz y hace poquito se mudó a la casa de sus nuevos humanos, Claudia, Tato y Facu y Ioam, en Puerto San Julián.
Cacho cuenta que:
¿Vos sabías que a la mamá de Pía la encontré camino a mi trabajo una mañana de invierno?, solamente tenía unas semanas de vida, se cortaba de flaca la pobre, iba junto a su hermanito. Alguien los había abandonado y yo justo pasaba caminando por el lugar. Llevaba unas galletitas en el bolsillo, los engañe con eso y vinieron a mi encuentro. Los tomé a los dos y los puse dentro de mi campera, así caminamos hasta la chacra, fueron dos km de charla animal. Al tiempo me robaron al machito y me quedé con "la Negra". Se enamoró del vecino, un gatazo viejo con cara de malo. De esa unión nacieron Pía y Narizota, de pelajes casi idénticos. Al machito se lo llevaron los del vivero Municipal, le dieron trabajo. Pía me esperaba todas las mañanas abajo del trailer para desayunar. Ya entrado el invierno, decidí llevarla a casa para que viva con mi familia. En el trailer, ya nadie me espera y cuando llego a casa tampoco se cruza frente al auto para que yo la vea. Ella se fue con unos amigos que la adoptaron con el corazón y yo busco por el pueblo a mi próximo/a felino amigo...
En San Julián, Pía vive en la casa que hasta ahora era sólo de Laisa. Al principio, con Laisa, se miraron con desconfianza y algún gruñidito. Pero se van a ir haciendo amigas

En esta, Pía espía por encima del hombro de uno de sus humanos

Con su nuevo humano Tato
Cacho cuenta que:
¿Vos sabías que a la mamá de Pía la encontré camino a mi trabajo una mañana de invierno?, solamente tenía unas semanas de vida, se cortaba de flaca la pobre, iba junto a su hermanito. Alguien los había abandonado y yo justo pasaba caminando por el lugar. Llevaba unas galletitas en el bolsillo, los engañe con eso y vinieron a mi encuentro. Los tomé a los dos y los puse dentro de mi campera, así caminamos hasta la chacra, fueron dos km de charla animal. Al tiempo me robaron al machito y me quedé con "la Negra". Se enamoró del vecino, un gatazo viejo con cara de malo. De esa unión nacieron Pía y Narizota, de pelajes casi idénticos. Al machito se lo llevaron los del vivero Municipal, le dieron trabajo. Pía me esperaba todas las mañanas abajo del trailer para desayunar. Ya entrado el invierno, decidí llevarla a casa para que viva con mi familia. En el trailer, ya nadie me espera y cuando llego a casa tampoco se cruza frente al auto para que yo la vea. Ella se fue con unos amigos que la adoptaron con el corazón y yo busco por el pueblo a mi próximo/a felino amigo...
En San Julián, Pía vive en la casa que hasta ahora era sólo de Laisa. Al principio, con Laisa, se miraron con desconfianza y algún gruñidito. Pero se van a ir haciendo amigas
En esta, Pía espía por encima del hombro de uno de sus humanos
Con su nuevo humano Tato
Suscribirse a:
Entradas (Atom)