viernes, 31 de julio de 2015

Los gatos, según Giussepe Scaraffia

A menudo, los dueños, aun amándolos, no saben nada de sus gatos. Cuando después de parir dos mininos se descubrió que Charles Chaplin, su gato remendado, era una hembra, Katherine Mansfield le contó a Virginia Woolf: «Estaba allí sin reaccionar mientras yo le acariciaba la tripita diciéndole: No es nada malo, viejo mío. ¡Antes o después tenía que sucederle también a un macho!».
Marina Tsvietáieva presumía de la atracción magnética que ejercía sobre los gatos, que, de hecho, no se le resistían. De un gato enorme que había encontrado en un hotel francés, decía: «Sobre las cosas esenciales sentimos de igual manera».
Ernst Jünger prefería los gatos a los perros porque «los gatos, sobre todo los siameses, olfatean la cultura, la necesitan como el aire que respiran». El gato no disturba el sueño y las reflexiones; es más, favorece ambas cosas con su aire de esfinge. «Su presencia sienta bien a la vida tranquila y contemplativa.» Un dato confirmado por Patricia Highsmith: «Un gato transforma una casa en un hogar. Un escritor no está nunca solo en su compañía, aun cuando esté bastante solo en su trabajo».
La reserva, de hecho, es una cualidad fundamental de los gatos, discretos incluso en sus expansiones sexuales. Graham Green observó asombrado a dos apareándose en la calle. «La gata, con los ojos entornados, emitía pequeños silbidos de satisfacción», pero, en cuanto advirtió la mirada de un extraño, se liberó del amplexo para refugiarse en la sombra. Cuan- do un fuerte afecto liga los animales a los humanos, el gato se eleva sobre las patas posteriores y aprieta la nariz contra la mejilla del dueño o le acaricia la mejilla con una pata. Se lo hacía Princesa a Henry James, quien acostumbraba a trabajar con un gato encima del hombro.
Los gustos de los gatos son imprevisibles. El gato color galleta de James Joyce prefería el pan con mantequilla. Hay que saber regañarlos cuando, por una acción mecánica, arañan a quien está jugando con ellos. Un día, Cocteau, en lugar de castigar a un siamés, lo regañó primero, y luego lo mimó sin parar hasta que el culpable acabó restregándose arrepentido entre las piernas de su víctima. El escritor, por otra parte, tenía en su apartamento nada menos que tres gatos: Nana, Tire-bouchon y Chifounette.
Según una difundida teoría había que elegir nombres que contuvieran un «crujido». Perfecto, por lo tanto, Mouche, el nombre de la gata de Hugo. «Poner nombre a un gato», sostenía Eliot, «es una empresa difícil.» En su opinión, se necesitaban, al menos, tres. Uno para usar a diario, otro más digno -«¿Cómo podría si no mantener el rabo perpendicular, enseñar los bigotes o sentirse orgulloso?»- y un tercero secreto, que sólo el animal conoce «aunque no lo confiesa nunca».
El comportamiento de un gato durante un viaje es imponderable. Bébert, el célebre gato de Céline permanecía tan tranquilo en el morral de su dueño mientras éste se fugaba de Francia con los colaboracionistas. Hasta cuando el escritor le ofreció su comida caducada, se apartó todo digno después de haberla olido con aire asqueado. «Se dejaría matar antes que tocar esta porquería… ¡Probablemente es más delicado, más aristocrático que nosotros, zafios sacos de mierda, que nos empapuzamos una y otra vez con las porquerías más repugnantes!»
En sus paseos cotidianos, el felino entabla amistad con los desconocidos que va a visitar. Sigmund Freud cuenta las visitas regulares de una gata blanca que, después de que hubiera entrado por la ventana, se acurrucaba sobre el célebre diván de sus pacientes, se dejaba acariciar y se bebía a conciencia la taza de leche que el psicoanalista le preparaba antes de que reemprendiera su paseo.
Contrariamente a lo que se cree, el gato puede ser fiable. El de Ernest Hemingway le hacía de nodriza en París al hijo recién nacido de su dueño. Quizá por ello, en memoria de aquella singular ama de cría, el escritor cubrió el jardín de su casa en Cuba de minúsculos montículos coronados con una pequeña cruz en memoria de los peludos difuntos. Pocos gatos son capaces de pasear con su dueño como hacen habitualmente los perros, pero el de Georges Simenon, Christmas, al que había encontrado por la calle el día de Navidad, «cuando paseábamos nos seguía, saltando de vez en cuando dentro de un jardín, para luego volver a alcanzarnos». Por su parte, Charles Dickens tenía, de pequeño, un gato que apagaba las velas cuando el padre del autor, absorto en la lectura, se olvidaba de acariciarlo.
La libertad del gato fascinaba a Guy de Maupassant: «Se va por ahí cuando le parece, puede dormir en cualquier cama, verlo todo, sentirlo todo, conocer todos los secretos, las costumbres o las vergüenzas de la casa. Se encuentra a gusto en todas partes».
Raymond Chandler, decepcionado por la pereza de su viejo persa negro, que había dejado de llevarle serpientes, admitía: «He amado a los gatos toda la vida y nunca he sido capaz de comprenderlos». André Malraux amaba tanto a los gatos como para dibujar su delicada silueta junto a su firma. «No recuerdo haber estado nunca sin un gato», confesaba Gabriele D’Annunzio. Aunque, al contrario que Baudelaire o Gautier, no los consideraba animales sagrados, disfrutaba de las cualidades que, a su juicio, tenían en común con las mujeres: «Los movimientos, la facilidad para la traición, la elasticidad moral y material, las carantoñas». Colette no cultivaba edulcoradas ilusiones sobre su bondad. Reconocía en el gato doméstico la majestad y la crueldad del tigre real, pero sabía hasta qué punto, a diferencia de los hombres, podía ser fiel. Para ella «el tiempo pasado con un gato no es nunca tiempo perdido». De un animal se podía aprender mucho. «Le debo a los gatos una especie de honorable disimulo, un gran autocontrol, una aversión por los sonidos brutales y la necesidad de callar durante mucho tiempo.»
Una opinión compartida por Hippolyte Taine, quien declaró: «He conocido muchos gatos y muchos filósofos, pero la sabiduría de los gatos es infinitamente superior».
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EL AUTOR
Giuseppe Scaraffia nació en Turín en 1950. Se doctoró en Filosofía con una tesis sobre la idea de felicidad en Diderot y actualmente es profesor de Literatura francesa en la Universidad de La Sapienza de Roma. Sus sugerentes ensayos transitan siempre, de manera feliz, entre la erudición y la divulgación. Ha publicado numerosos libros, como La donna fatale (1987), Il mantello di Casanova (1989), Miti minori (1995), Gli ultimi dandies (2002), Sorridi, Gioconda!(2008) o Le signore della notte. Storie di prostitute, artisti e scrittori (2011). En español puede leerse también Diccionario del dandi (1981; Machado Libros, 2009).
Los grandes placeres (Trad. Francisco de Julio Carrobles. Cáceres: Periférica, 2015) reúne una serie de breves y deliciosos ensayos acerca de asuntos tales como los bouquinistas del Sena, el boxeo, la calvicie, las postales, el champán, las drogas, la frivolidad, la glotonería, los mapas, los senos, la sobriedad, el suicidio, los tatuajes, el café, los perros, las deudas, la ebriedad, la excentricidad, el sentimiento de culpa, el espiritismo, la higiene de los escritores, etcétera.

miércoles, 29 de julio de 2015

El poder sanador del ronroneo del gato

Los ronroneos como sanación
Podemos observar que cuando hemos llegado a la casa fatigados a causa del estrés por atascos en el tránsito, problemas laborales, angustias,  etc, y  nos hemos sentado en nuestro sofá favorito a relajarnos llegan ellos para colocársenos encima, y a los pocos segundos, comienzan a emitir sus serenos, armoniosos y tántricos ronroneos, toda una orquesta de sonidos beneficiosos cuyo poder sinfónico entroniza y se conecta con el yo más interno.
Y enseguida se nos olvidan las prisas, y de forma inmediata, nos sentimos relajados al punto de quedarnos casi dormidos mientras ellos siguen emitiéndonos con sus ronroneos milagrosos.
Los gatos poseen con su diminuto cuerpo el maravilloso don de la compañía y sosiego en todos aquellos casos donde la persona se encuentra sola.
Está demostrado también que en determinados problemas de niños solitarios o autistas, los gatos  con su mágica presencia logran sacarles la mejor de las sonrisas a través de la comunicación expresa del contacto y las caricias, o visualizando simplemente las posturas particulares que los mininos adoptan a veces, y que tanto entretienen y divierten, pudiendo ser el encuentro con ellos tan beneficioso como practicar el mismo yoga.
Los  gatos con su sigilo e independencia y en determinadas ocasiones proporcionan al humano más compañía que algunas innecesarias o vacías palabras vertidas al viento.
Amantes de los gatos y la ciencia han develado por qué el ronroneo tiene poderes terapéuticos. Aunque ya desde el antiguo Egipto se consideraba bueno para la salud el tener cerca a estos felinos, fue en la última década que se demostró la forma en que su sonido actúa en el organismo. El ronroneo de los gatos no sólo tranquiliza y ahuyenta los pensamientos depresivos, sino que también cura trastornos de sueño y regulariza la actividad metabólica.

Jean-Yves Gauchet, veterinario francés, es quien ha explorado las bondades de la ronroterapia. En abril de 2002 se encontró con un estudio publicado por Animal Voice, una asociación que investiga la comunicación animal. Las estadísticas del artículo llamaron su atención: después de una lesión o una fractura, los gatos tienen cinco veces menos secuelas que los perros y se recuperan tres veces más rápido. La hipótesis planteada por los especialistas es que el ronroneo tiene cualidades reparadoras; los gatos no sólo "vibran" de gozo o para arrullarse, también lo hacen para aliviar situaciones de estrés intenso. 
Gauchet decidió probar la hipótesis en seres humanos. Preparó un CD de 30 minutos de ronroneos y pidió a 250 voluntarios que lo escucharan. Los reportes fueron positivos en todos los casos: bienestar, serenidad, facilidad para conciliar el sueño. La explicación está en que el ronroneo del gato es una vibración sonora de baja frecuencia (25 a 50 hertz), la misma que usan kinesólogos, ortopedistas y médicos del deporte para reparar fisuras de los huesos, aliviar lesiones musculares y acelerar la cicatrización. ¿Qué ocurre en nuestro organismo? Muy simple: al escuchar el ronroneo, el estímulo viaja por el circuito del hipocampo a la amígdala. Ahí la frecuencia del sonido desencadena la producción de serotonina, "la hormona de la felicidad", relacionada también con los ciclos de sueño, la libido y el buen humor.

En general, las mascotas nos vinculan de manera distinta con el mundo y con nosotros mismos, alejan los pensamientos oscuros y reducen la ansiedad. Esto se debe principalmente al contacto físico. Particularmente los gatos tienen una suerte de imán para las caricias, es por ello que muchos terapeutas que trabajan con animales afirman que nos acercamos a ellos para encontrar una completud afectiva

lunes, 27 de julio de 2015

sábado, 25 de julio de 2015

lunes, 13 de julio de 2015

Homero y la nieve



mejor mirarla desde abajo de una planta para protegerse, pensó



y mejor todavía, bajo el alero de la casa. ¡Nada de nieve en las patitas!


María descubre la nieve



y le gusta más mirarla por la ventana que sentirla en las patitas



viernes, 10 de julio de 2015

miércoles, 8 de julio de 2015

Aromas gatunos

Desde que nace, el gatito tiene un sentido del olfato muy desarrollado que le sirve de contacto con su madre y con el mundo, ya que nace sordo y ciego.
En este primer contacto, es especialmente influyente la presencia de un órgano que sólo tienen los gatos, los perros y los conejos: El órgano vomeronasal o de Jacobson. Se trata de un minúsculo conducto que parte de la bóveda del paladar, y que posee doscientos millones de células sensoriales especializadas. Este órgano permite al gato reconocer las sustancias químicas presentes en el aire, clasificarlas, y diferenciarlas correctamente.
Los gatos, además de poseer su propio olor corporal, como todos los mamíferos, poseen una serie de glándulas cutáneas que segregan sustancias aromáticas. Estas glándulas se encuentran en las mejillas, la barbilla, la planta de los pies, el dorso, la raíz de la cola, además de las glándulas anales y genitales.
En los grupos sociales de gatos, estas sustancias aromáticas se comparten entre todos los miembros para establecer la pertenencia al grupo. Para ello se utilizan unas formas de contacto muy características, como el roce de cabezas, de dorsos, frotarse con un rascador, pasar el lomo bajo la barbilla de un compañero, etc.
gato_frota
Los gatos necesitan asegurar su terreno para sentirse cómodos y a salvo. Normalmente, nuestro gato “marca” sus zonas favoritas restregando la carita o el lateral del cuerpo contra paredes, muebles o, incluso, nosotros mismos. Es su forma especial de asegurarse que, su terreno, huele como debe ser.
Las feromonas son las encargadas de este tipo de marcaje invisible. Para nosotros, las marcas olorosas que usan los felinos son invisibles e inodoras (salvo las realizadas con orina en el caso de gatos enteros, un motivo más para pensar en esterilizarlo, minimizando el riesgo de este tipo de marcas)
Si os fijáis bien, cada animal tiene sus rutinas de movimiento por la casa. Cuando los gatos se sienten seguros en su entorno, se frotan la cabeza dejando superficies impregnadas de una sustancia llamada feromona facial, que permite identificar ese entorno como familiar.
Cuando un gato se frota contra ti, cuando llegas de la calle, en realidad está compartiendo su olor contigo para que huelas como debe ser, a casa.
Por eso, cualquier cambio en su entorno es una posible fuente de estrés. Si os ha tocado cambiar muebles o instalar nuevos elementos, las mudanzas, la llegada de una persona o animal nuevos y cualquier otro acontecimiento que desbarate la continuidad de las marcas olorosas de nuestro gato, esos caminos de olor, compromete su sensación de seguridad y puede mostrar signos de incomodidad y estrés.

Super héroe gatuno enfrenta a un oso

viernes, 3 de julio de 2015

jueves, 2 de julio de 2015

Gatos y brujería

El Papa Gregorio IX relacionó los gatos con prácticas demoníacas y miles de felinos fueron asesinados. No solo murieron muchos gatos, sino que al disminuir la población gatuna, aumentó la de roedores, por lo que podemos responsabilizar a Gregorio IX de facilitar la propagación de la peste bubónica, la que mató a más de 100 millones de personas.