martes, 5 de enero de 2010

Un gato más grande que todo

Camila tuvo un sueño.

Soñó que había ido al cine con la tía Ana y cuando volvieron a casa la mamá se estaba bañando, porque hacía mucho calor.

La mamá cantaba bajo la ducha:

“Una linda arveja
se cayó en la oreja
de la vieja Virueja
de Pico Picotueja.
La oreja se quejó
pero nadie la escuchó.
¿Quién escucha las quejas
de una pobre oreja?”

Después la tía Ana se fue del sueño y ahí vino la parte de miedo porque Camila vio un gato que no era como son los gatos normales. Éste era un gato que crecía. Que crecía y crecía. Camila comenzó a tener miedo y a tener más miedo y así fue que, en el sueño, se puso a gritar:

—¡Mami, vení, mami! ¡MAMAAÁ!

La mamá cerró la ducha y salió del baño, envuelta en una toalla, a ver qué pasaba.

El gato ya era tan grande, pero tan grande que no se veía: se había estirado como un globo, como esos globos que de tan hinchados se hacen transparentes. Y ahora la propia Camila, la casa, la mamá estaban adentro del globo. No, perdón: del gato.

—¿Qué te pasa, Cami? —preguntó la mamá, que tenía la punta de la nariz mojada.

La mamá se impresionó mucho cuando Camila le explicó que todo el aire que respiraban estaba hecho de gato. Ninguna de las dos sabía que soñaban.

La mamá preguntó:

—Pero Cami, ¿entonces el gato es más grande que la casa?

Camila le contestó muy seria:

—No, mami, más, más… ¡Más grande que el mundo!

—Entonces… ¿es como el Universo?

—Por lo menos es como el Universo. Pero me parece que un poco más —dijo Camila.

Y con la seguridad que sólo se puede tener en un sueño, le aseguró a la mamá:

—Mami, es sencillo. Nosotros estamos adentro de la casa, la casa está adentro del Mundo, el Mundo está adentro del Universo y el Universo está adentro de un gato. Y listo.

Francisco Vaccarini