lunes, 21 de diciembre de 2009

No es que yo sea la madre... (II)

...¡Son preciosos de verdad!




Gorrión

El pueblo de Gorrión amaneció consternado. La noche anterior la gata Inana había atrapado a Juanito Gorrión, lo desplumó y lo devoró frente a la mirada espantada de sus vecinos y amigos.
Juanito Gorrión era un hombre de esfuerzo, servicial. En sus horas libres, cuando podía, ayudaba a sus vecinos. Pero se había descuidado y la gata Inana, oculta tras el follaje, lo estaba vigilando. Cuando Juanito, confiado, se posó en la última rama, la gata, cazadora por naturaleza, le había dado el zarpazo. El resto era historia, plumas dispersas.
—¡Es el colmo, compañeros!, vociferó Eduardo Gorrión, Presidente de la Junta de Vecinos. ¡Hasta cuándo vamos a soportar estos atropellos!
Un vecino pidió la palabra:
—Compañero Eduardo… Compañero… Por favor… Pido la palabra…
—¿Si, don Luis Gorrión?
—Mire, compañero, yo propongo mayor vigilancia en los árboles. Sugiero que aumentemos la dotación de loros…
Don Jorge Gorrión, el más viejo, pidió la palabra:
—Pero don Luis… Qué sentido tiene… Si ya estamos llenos de loros en los árboles y lo único que hacen es charlar, contar chistes, reírse de los demás… Aumentar la dotación para qué, si con los que tenemos es suficiente… Este asunto de la seguridad pasa por nosotros mismos. Tenemos que estar atentos a cualquier movimiento sospecho en el pueblo…
Desde el pie del ciruelo en donde se ubica la sede social, Inana espera pacientemente.
El pueblo de Gorrión tiene que convivir todos los días con los asaltos a mano armada, con los robos, con la muerte a la cual se han habituado pese a los resguardos y esas plumas de sus vecinos y amigos que tienen que recoger cada cierto tiempo, para darle pajarística sepultura.


Pedro Guillermo Jara