jueves, 17 de diciembre de 2009

Con buena voluntad

Sólo al casarse descubrió que su mujer acostumbraba dormir con el gato y, para poder ingresar en el descanso nocturno, tenía que agarrarle con fuerza una de sus patas.

Cuando murió el animal y ella aseguró que jamás volvería a conciliar el sueño, él se resignó a sustituirle el piloso amuleto por otro que no era trasunto fiel, pero servía.

Myriam Bustos Arratia

Olor del cielo

Un día por año, durante una hora, es posible abrir la puerta del Cielo. El único requisito es estar atento para percibir el resplandor muy leve que dibuja en la pared de enfrente los contornos delicados y precisos de una puerta.

Hay que empujarla con las dos manos y apoyar después todo el cuerpo, suavemente. Se sabe que uno ha entrado sólo por el olor del Cielo, que es peculiar e inolvidable y no se parece a ninguno de los olores de la Tierra, ni siquiera al del jazmín del Cabo o al de la algalia, o al del clavel suntuoso o al de las rosas de Cádiz, o al almizcle.

No es posible recordar nada más porque el olor del Cielo marea y desmaya, confunde y oblitera todos los otros sentidos. Nadie puede relatar, por tanto, su visita al Cielo porque su único recuerdo es un olor, y éste es indescriptible e imperceptible para todos los demás seres humanos. Pero sí puede presentar la prueba, porque detrás del visitante se alinean los gatos y olfatean con adoración al que regresa del Cielo y maúllan, despechados, a la Luna que nunca baja, que siempre está demasiado lejos para olerla.

María Rosa Lojo