martes, 17 de noviembre de 2009

¡Ah, Jakobson, si le hubieses escuchado!

Para Gastón Gainza, ex profesor en la
Escuela de Castellano de la
Universidad Austral de Chile

Reconozco que el gato nunca había hablado. Desde hacía mucho tiempo mi obsesión era que hablase: por algo existía el modelo de comunicación de Jakobson que estaba ahí, a la mano.
El gato poseía esa mirada inteligente, clara, transparente y de ahí a entablar un diálogo sólo restaba un pequeño esfuerzo. Todos los días lo incentivaba en el ejercicio de la comunicación. Lo de Román Jakobson era materia conocida producto de mis estudios y del celo de mis profesores de lingüística. En ese sentido, cualquier avance, por lo mínimo que fuese, era un gran paso para lograr mi propósito.
Al Diquens –ese era su nombre– lo mimábamos en exceso. Cual perro seguía mis pasos todas las mañanas mientras iba a comprar el pan. El gato me acompañaba maullando con su cola enhiesta. Al regresar le hacía cariño en el lomo –su punto débil– lo cogía en brazos y le comentaba observándolo a los ojos:
—Mira Diquens... en la otra vida estoy seguro que fuiste gásfiter porque te encanta el agua, juegas en el agua que gotea desde las llaves, te inclinas y bebes entrecerrando los ojos con un enorme placer. ¿Fuiste gásfiter? Dime que sí, por favor, no me ocultes la verdad, sé sincero, no me mientas.
Y Diquens, pensativo, después de un largo silencio, que para mí era doloroso, murmuraba:
—Sí, fui gásfiter.
Su respuesta me alegraba y alzándolo hacia el cielo le ofrecía una suculenta porción de pescado fresco. Yo pensaba para mis adentros, lleno de entusiasmo y emoción: ¡Ah, Jakobson, si lo hubieses escuchado!
Por la tarde, el mismo ejercicio: le hacía cariño en el lomo y le comentaba:
—Mira Diquens... en la otra vida estoy seguro que además de gásfiter fuiste zapatero porque te encanta sobarte en nuestros pies, jugar con mis calcetines, ocultarlos mientras desapareces y creo escuchar tu risita contenida y tus ojos flotando en la oscuridad.
—¿Fuiste zapatero? Dime que sí, por favor, no te avergüences, total, habrá otras vidas para ti.
—Sí, fui zapatero.
Y yo, lleno de júbilo, exclamaba: ¡Ah, Jakobson, si lo hubieses escuchado!
A decir verdad, creo que yo quería escuchar lo que quería escuchar porque el gato continuaba con su vida de gato: demarcando su territorio, durmiendo y pensando erróneamente que los gorriones eran ratones con alas y que se posaban en las ramas más altas, fuera del alcance de sus garras, para evitar satisfacer cualquier expectativa del Diquens que se relamía al pie del ciruelo agitando su cola como péndulo blando y peludo.
Por aquellos días mis recursos eran escasos. Soñaba que algún día podría llamar a la televisión, a la radio y a los diarios para anunciarles que era el propietario de un gato que hablaba y que, obviamente, podría obtener algún dinero a costa de su gracia.
Y así transcurrían los días, repasando el modelo de comunicación de este formalista ruso, mientras pensaba lleno de satisfacción y orgullo:
—¡Ah, Jakobson, si lo hubieses escuchado!

Pedro Guillermo Jara