jueves, 8 de octubre de 2009

Los humanos no tienen siete vidas

El ovillo se le resbaló por la falda y cayó a sus pies.
Rodó por delante de las narices del gato que la acompañaba siempre.
El animal lo miró con cierto interés, parando las orejas, como pensando:
- Debería aprovechar y jugar con esta cosa redonda.- pero pudo más la pereza y se limitó a seguirlo con la mirada.
Lo vio cayendo por el escalón que separaba el comedor del living para seguir un camino caprichoso por debajo de la mesa ratona y detenerse por fin al pie del sillón, junto a la pantufla gris.
El viejo siguió leyendo el diario sin prestar atención a la bola de lana acurrucada a sus pies.
El gato clavó de objetivo y clavó los ojos, las pupilas dilatadas por la penumbra, en la silueta de la anciana.
Percibió algo extraño en el aire, un olor nuevo, una sensación de roce casi imperceptible, como un movimiento de brisa impalpable que sin embargo le acariciaba la pelambre.
Sus orejas temblaron hacia uno y otro lado, no pudo evitar que se le erizaran los pelos del lomo y los bigotes vibraron poniéndose tensos.
Un maullido prolongado, gutural, quebró el vidrio del silencio. Sus ojos seguían fijos en la anciana.
El hombre intentó restablecer la calma sin apartar los ojos del diario.
- Callate, Pompón. No molestés a mamá que está tejiendo.
El sonido de esa voz conocida tranquilizó al gato que se agazapó tomando impulso para subirse al regazo que siempre le había brindado protección.
Pero cuando estaba por pegar el salto, el tejido se desprendió de las manos de su dueña y la aguja libre cayó tintineando en el piso de lajas.
El sonido pareció rebotar en las paredes sin amortiguarse y el gato lo acompañó con un maullido ahogado.
Ahora sí, el viejo levantó la vista por encima de sus anteojos de lectura y vio a su mujer sentada, inerme, el brazo colgando a un costado de su cuerpo y el tejido inconcluso cubriéndole la falda.
El sol filtrado por las cortinas como un chorro de polvo luminoso, atrapó por última vez el brillo de su cabeza blanca.
Siguió el recorrido de la hebra de lana hasta el ovillo que estaba a sus pies.
Lo reconoció con dificultad a través del telón de lágrimas que le llenaba los ojos cansados.
Lo alzó y se quedó inmóvil, pensando que ese hilo los unía a los dos, como toda la vida, en un único tejido.
Entonces sintió que el gato se fregaba en sus piernas ronroneando.
-Pobre Pompón, dentro de poco me tocará a mí.
Y lo alivió el consuelo de reunirse con ella.

María Luz Piriz

1 comentario:

  1. Me encantó tu relato, María Luz. La gracia radica en cómo logras pensar y actuar como gato, tan difícil, ¿no?
    Saludos y felicitaciones.
    Pedro

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