viernes, 31 de julio de 2009

Hijitos de Ginebra...¿y de Arturo?

Ginebra, la más hermosa del mundo, como cuenta la leyenda artúrica, fue mamá. ¿Arturo habrá sido papá?
Ninguno de ellos hizo declaraciones.


Adrián con Lunita a upa.



Letu tenía un año y pico, cuando por primera vez tuvo gatitos recién nacidos para mimar.
Ginebra era muy mansa y nos dejaba disfrutar de sus gatitos.
Nos hubiera gustado quedarnos con Luna pero no hubo acuerdo familiar. Ejem...



Este gatito al que Letu trataba con tanto amor, se llamó Percival. Se fue a vivir con Lucy, una profe de Literatura, obviamente...



En estas fotos están en brazos de Adrián. Arturo olfatea.


Ginebra y Arturo

No eran hermanos, sin embargo, llegaron casi juntos a casa.
Primero, ella. Como en esa época yo leía con Adrián unas adaptaciones de las historias de los caballeros del rey Arturo, hechas por Graciela Montes, decidió que la gata tenía que llamarse como la reina Ginebra ¡la más bella del mundo!
Cuando llegó muy poquito después el macho, obviamente, tuvo que llamarse Arturo.


Acá están con mi hijo Adrián en 1996.



jueves, 30 de julio de 2009

El gato que caminaba solo



Sucedieron estos hechos que voy a contarte, oh, querido mío, cuando los animales domésticos eran salvajes.
El Perro era salvaje, como lo eran también el Caballo, la Vaca, la Oveja y el Cerdo, tan salvajes como pueda imaginarse, y vagaban por la húmeda y salvaje espesura en compañía de sus salvajes parientes; pero el más salvaje de todos los animales salvajes era el Gato. El Gato caminaba solo y no le importaba estar aquí o allá.
También el Hombre era salvaje, claro está. Era terriblemente salvaje. No comenzó a domesticarse hasta que conoció a la Mujer y ella repudió su montaraz modo de vida. La Mujer escogió para dormir una bonita cueva sin humedades en lugar de un montón de hojas mojadas, y esparció arena limpia sobre el suelo, encendió un buen fuego de leña al fondo de la cueva y colgó una piel de Caballo Salvaje, con la cola hacia abajo, sobre la entrada; después dijo:
-Límpiate los pies antes de entrar; de ahora en adelante tendremos un hogar.
Esa noche, querido mío, comieron Cordero Salvaje asado sobre piedras calientes y sazonado con ajo y pimienta silvestres, y Pato Salvaje relleno de arroz silvestre, y alholva y cilantro silvestres, y tuétano de Buey Salvaje, y cerezas y granadillas silvestres. Luego, cuando el Hombre se durmió más feliz que un niño delante de la hoguera, la Mujer se sentó a cardar lana. Cogió un hueso del hombro de cordero, la gran paletilla plana, contempló los portentosos signos que había en él, arrojó más leña al fuego e hizo un conjuro, el primer Conjuro Cantado del mundo.
En la húmeda y salvaje espesura, los animales salvajes se congregaron en un lugar desde donde se alcanzaba
a divisar desde muy lejos la luz del fuego y se preguntaron qué podría significar aquello.
Entonces Caballo Salvaje golpeó el suelo con la pezuña y dijo:
-Oh, amigos y enemigos míos, ¿por qué han hecho esa luz tan grande el Hombre y la Mujer en esa enorme cueva? ¿cómo nos perjudicará a nosotros?
Perro Salvaje alzó el morro, olfateó el aroma del asado de cordero y dijo:
-Voy a ir allí, observaré todo y me enteraré de lo que sucede, y me quedaré, porque creo que es algo bueno. Acompáñame, Gato.
-¡ Ni hablar! -replicó el Gato-. Soy el Gato que camina solo y a quien no le importa estar aquí o allá. No pienso acompañarte.
-Entonces nunca volveremos a ser amigos -apostilló Perro Salvaje, y se marchó trotando hacia la cueva.
Pero cuando el Perro se hubo alejado un corto trecho, el Gato se dijo a sí mismo:
-Si no me importa estar aquí o allá, ¿por qué no he de ir allí para observarlo todo y enterarme de lo que sucede y después marcharme?
De manera que siguió al Perro con mucho, muchísimo sigilo, y se escondió en un lugar desde donde podría oír todo lo que se dijera.
Cuando Perro Salvaje llegó a la boca de la cueva, levantó ligeramente la piel de Caballo con el morro y husmeó el maravilloso olor del cordero asado. La Mujer lo oyó, se rió y dijo:
-Aquí llega la primera criatura salvaje de la salvaje espesura. ¿Qué deseas?
-Oh, enemiga mía y esposa de mi enemigo, ¿qué es eso que tan buen aroma desprende en la salvaje espesura? -preguntó Perro Salvaje.
Entonces la Mujer cogió un hueso de cordero asado y se lo arrojó a Perro Salvaje diciendo:
-Criatura salvaje de la salvaje espesura, si ayudas a mi Hombre a cazar de día y a vigilar esta cueva de noche, te daré tantos huesos asados como quieras.
-¡Ah! -exclamó el Gato al oírla-, esta Mujer es muy sabia, pero no tan sabia como yo.
Perro Salvaje entró a rastras en la cueva, recostó la cabeza en el regazo de la Mujer y dijo:
-Oh, amiga mía y esposa de mi amigo, ayudaré a tu Hombre a cazar durante el día y de noche vigilaré vuestra cueva.
-¡Ah! -repitió el Gato, que seguía escuchando-, este Perro es un verdadero estúpido.
Y se alejó por la salvaje y húmeda espesura meneando la cola y andando sin otra compañía que su salvaje soledad. Pero no le contó nada a nadie.
Al despertar por la mañana, el Hombre exclamó:
-¿Qué hace aquí Perro Salvaje?
-Ya no se llama Perro Salvaje -lo corrigió la Mujer-, sino Primer Amigo, porque va a ser nuestro amigo por los siglos de los siglos. Llévalo contigo cuando salgas de caza.
La noche siguiente la Mujer cortó grandes brazadas de hierba fresca de los prados y las secó junto al fuego, de manera que olieran como heno recién segado; luego tomó asiento a la entrada de la cueva y trenzó una soga con una piel de caballo; después se quedó mirando el hueso de hombro de cordero, la enorme paletilla, e hizo un conjuro, el segundo Conjuro Cantado del mundo.
En la salvaje espesura, los animales salvajes se preguntaban qué le habría ocurrido a Perro Salvaje. Finalmente, Caballo Salvaje golpeó el suelo con la pezuña y dijo:
-Iré a ver por qué Perro Salvaje no ha regresado. Gato, acompáñame.
-¡Ni hablar! -respondió el Gato-. Soy el Gato que camina solo y a quien no le importa estar aquí o allá. No pienso acompañarte.
Sin embargo, siguió a Caballo Salvaje con mucho, muchísimo sigilo y se escondió en un lugar desde donde podría oír todo lo que se dijera.
Cuando la Mujer oyó a Caballo Salvaje dando traspiés y tropezando con sus largas crines, se rió y dijo:
-Aquí llega la segunda criatura salvaje de la salvaje espesura. ¿Qué deseas?
-Oh, enemiga mía y esposa de mi enemigo -respondió Caballo Salvaje-, ¿dónde está Perro Salvaje?
La Mujer se rió, cogió la paletilla de cordero, la observó y dijo:
-Criatura salvaje de la salvaje espesura, no has venido buscando a Perro Salvaje, sino porque te ha atraído esta hierba tan rica.
Y dando traspiés y tropezando con sus largas crines, Caballo Salvaje dijo:
-Es cierto, dame de comer de esa hierba.
-Criatura salvaje de la salvaje espesura -repuso la Mujer-, inclina tu salvaje cabeza, ponte esto que te voy a dar y podrás comer esta maravillosa hierba tres veces al día.
-¡Ah! -exclamó el Gato al oírla-, esta Mujer es muy lista, pero no tan lista como yo.
Caballo Salvaje inclinó su salvaje cabeza y la Mujer le colocó la trenzada soga de piel en torno al cuello.
Caballo Salvaje relinchó a los pies de la Mujer y dijo:
-Oh, dueña mía y esposa de mi dueño, seré tu servidor a cambio de esa hierba maravillosa.
-¡Ah! -repitió el Gato, que seguía escuchando-, ese Caballo es un verdadero estúpido.
Y se alejó por la salvaje y húmeda espesura meneando la cola y andando sin otra compañía que su salvaje soledad.
Cuando el Hombre y el Perro regresaron después de la caza, el Hombre preguntó:
-¿Qué está haciendo aquí Caballo Salvaje?
-Ya no se llama Caballo Salvaje -replicó la Mujer-, sino Primer Servidor, porque nos llevará a su grupa de un lado a otro por los siglos de los siglos. Llévalo contigo cuando vayas de caza.
Al día siguiente, manteniendo su salvaje cabeza enhiesta para que sus salvajes cuernos no se engancharan en los árboles silvestres, Vaca Salvaje se aproximó a la cueva, y el Gato la siguió y se escondió como lo había hecho en las ocasiones anteriores; y todo sucedió de la misma forma que las otras veces; y el Gato repitió las mismas cosas que había dicho antes, y cuando Vaca Salvaje prometió darle su leche a la Mujer día tras día a cambio de aquella hierba maravillosa, el Gato se alejó por la salvaje y húmeda espesura, caminando solo como era su costumbre.
Y cuando el Hombre, el Caballo y el Perro regresaron a casa después de cazar y el Hombre formuló las mismas preguntas que en las ocasiones anteriores, la Mujer dijo:
-Ya no se llama Vaca Salvaje, sino Donante de Cosas Buenas. Nos dará su leche blanca y tibia por los siglos de los siglos, y yo cuidaré de ella mientras ustedes tres salen de caza.
Al día siguiente, el Gato aguardó para ver si alguna otra criatura salvaje se dirigía a la cueva, pero como nadie se movió, el Gato fue allí solo, y vio a la Mujer ordeñando a la Vaca, y vio la luz del fuego en la cueva, y olió el aroma de la leche blanca y tibia.
-Oh, enemiga mía y esposa de mi enemigo -dijo el Gato-, ¿a dónde ha ido Vaca Salvaje?
La Mujer rió y respondió:
-Criatura salvaje de la salvaje espesura, regresa a los bosques de donde has venido, porque ya he trenzado mi cabello y he guardado la paletilla, y no nos hacen falta más amigos ni servidores en nuestra cueva.
-No soy un amigo ni un servidor -replicó el Gato-. Soy el Gato que camina solo y quiero entrar en tu cueva.
-¿Por qué no viniste con Primer Amigo la primera noche? -preguntó la Mujer.
-¿Ha estado contando chismes sobre mí Perro Salvaje? -inquirió el Gato, enfadado.
Entonces la Mujer se rió y respondió:
-Eres el Gato que camina solo y a quien no le importa estar aquí o allá. No eres un amigo ni un servidor. Tú mismo lo has dicho. Márchate y camina solo por cualquier lugar.
Fingiendo estar compungido, el Gato dijo:
-¿Nunca podré entrar en la cueva? ¿Nunca podré sentarme junto a la cálida lumbre? ¿Nunca podré beber la leche blanca y tibia? Eres muy sabia y muy hermosa. No deberías tratar con crueldad ni siquiera a un gato.
-Que era sabia no me era desconocido, mas hasta ahora no sabía que fuera hermosa. Por eso voy a hacer un trato contigo. Si alguna vez te digo una sola palabra de alabanza, podrás entrar en la cueva.
-¿Y si me dices dos palabras de alabanza? -preguntó el Gato.
-Nunca las diré -repuso la Mujer-, mas si te dijera dos palabras de alabanza, podrías sentarte en la cueva junto al fuego.
-¿Y si me dijeras tres palabras? -insistió el Gato.
-Nunca las diré -replicó la Mujer-, pero si llegara a decirlas, podrías beber leche blanca y tibia tres veces al día por los siglos de los siglos.
Entonces el Gato arqueó el lomo y dijo:
-Que la cortina de la entrada de la cueva y el fuego del rincón del fondo y los cántaros de leche que hay junto al fuego recuerden lo que ha dicho mi enemiga y esposa de mi enemigo -y se alejó a través de la salvaje y húmeda espesura meneando su salvaje rabo y andando sin más compañía que su propia y salvaje soledad.
Por la noche, cuando el Hombre, el Caballo y el Perro volvieron a casa después de la caza, la Mujer no les contó el trato que había hecho, pensando que tal vez no les parecería bien.
El Gato se fue lejos, muy lejos, y se escondió en la salvaje y húmeda espesura sin más compañía que su salvaje soledad durante largo tiempo, hasta que la Mujer se olvidó de él por completo. Sólo el Murciélago, el pequeño Murciélago Cabezabajo que colgaba del techo de la cueva sabía dónde se había escondido el Gato y todas las noches volaba hasta allí para transmitirle las últimas novedades.
Una noche el Murciélago dijo:
-Hay un Bebé en la cueva. Es una criatura recién nacida, rosada, rolliza y pequeña, y a la Mujer le gusta mucho.
-Ah -dijo el Gato, sin perderse una palabra-, pero ¿qué le gusta al Bebé?
-Al Bebé le gustan las cosas suaves que hacen cosquillas -respondió el Murciélago-. Le gustan las cosas cálidas a las que puede abrazarse para dormir. Le gusta que jueguen con él. Le gustan todas esas cosas.
-Ah -concluyó el Gato-, entonces ha llegado mi hora.
La noche siguiente, el Gato atravesó la salvaje y húmeda espesura y se ocultó muy cerca de la cueva a la espera de que amaneciera. Al alba, la mujer se afanaba en cocinar y el Bebé no cesaba de llorar ni de interrumpirla; así que lo sacó fuera de la cueva y le dio un puñado de piedrecitas para que jugara con ellas. Pero el Bebé continuó llorando.
Entonces el Gato extendió su almohadillada pata y le dio unas palmaditas en la mejilla, y el Bebé hizo gorgoritos; luego el Gato se frotó contra sus rechonchas rodillas y le hizo cosquillas con el rabo bajo la regordeta barbilla. Y el Bebé rió; al oírlo, la Mujer sonrío.
Entonces el Murciélago, el pequeño Murciélago Cabezabajo que estaba colgado a la entrada de la cueva dijo:
-Oh, anfitriona mía, esposa de mi anfitrión y madre de mi anfitrión, una criatura salvaje de la salvaje espesura está jugando con tu Bebé y lo tiene encantado.
-Loada sea esa criatura salvaje, quienquiera que sea -dijo la Mujer enderezando la espalda-, porque esta mañana he estado muy ocupada y me ha prestado un buen servicio.
En ese mismísimo instante, querido mío, la piel de caballo que estaba colgada con la cola hacia abajo a la entrada de la cueva cayó al suelo... ¡Cómo así!... porque la cortina recordaba el trato, y cuando la Mujer fue a recogerla... ¡hete aquí que el Gato estaba confortablemente sentado dentro de la cueva!
-Oh, enemiga mía, esposa de mi enemigo y madre de mi enemigo -dijo el Gato-, soy yo, porque has dicho una palabra elogiándome y ahora puedo quedarme en la cueva por los siglos de los siglos. Mas sigo siendo el Gato que camina solo y a quien no le importa estar aquí o allá.
Muy enfadada, la Mujer apretó los labios, cogió su rueca y comenzó a hilar.
Pero el Bebé rompió a llorar en cuanto el Gato se marchó; la Mujer no logró apaciguarlo y él no cesó de revolverse ni de patalear hasta que se le amorató el semblante.
-Oh, enemiga mía, esposa de mi enemigo y madre de mi enemigo -dijo el Gato-, coge una hebra del hilo que estás hilando y átala al huso, luego arrastra éste por el suelo y te enseñaré un truco que hará que tu Bebé ría tan fuerte como ahora está llorando.
-Voy a hacer lo que me aconsejas -comentó la Mujer-, porque estoy a punto de volverme loca, pero no pienso darte las gracias.
Ató la hebra al pequeño y panzudo huso y empezó a arrastrarlo por el suelo. El Gato se lanzó en su persecución, lo empujó con las patas, dio una voltereta y lo tiró hacia atrás por encima de su hombro; luego lo arrinconó entre sus patas traseras, fingió que se le escapaba y volvió a abalanzarse sobre él. Viéndole hacer estas cosas, el Bebé terminó por reír tan fuerte como antes llorara, gateó en pos de su amigo y estuvo retozando por toda la cueva hasta que, ya fatigado, se acomodó para descabezar un sueño con el Gato en brazos.
-Ahora -dijo el Gato- le voy a cantar A Bebé una canción que lo mantendrá dormido durante una hora.
Y comenzó a ronronear subiendo y bajando el tono hasta que el Bebé se quedó profundamente dormido. Contemplándolos, la Mujer sonrió y dijo:
-Has hecho una labor estupenda. No cabe duda de que eres muy listo, oh, Gato.
En ese preciso instante, querido mío, el humo de la fogata que estaba encendida al fondo de la cueva descendió desde el techo cubriéndolo todo de negros nubarrones, porque el humo recordaba el trato, y cuando se disipó, hete aquí que el Gato estaba cómodamente sentado junto al fuego.
-Oh, enemiga mía, esposa de mi enemigo y madre de mi enemigo -dijo el Gato- aquí me tienes, porque me has elogiado por segunda vez y ahora podré sentarme junto al cálido fuego del fondo de la cueva por los siglos de los siglos. Pero sigo siendo el Gato que camina solo y a quien no le importa estar aquí o allá.
Entonces la Mujer se enfadó mucho, muchísimo, se soltó el pelo, echó más leña al fuego, sacó la ancha paletilla de cordero y comenzó a hacer un conjuro que le impediría elogiar al Gato por tercera vez. No fue un Conjuro Cantado, querido mío, sino un Conjuro Silencioso; y, poco a poco, en la cueva se hizo un silencio tan profundo que un Ratoncito diminuto salió sigilosamente de un rincón y echó a correr por el suelo.
-Oh, enemiga mía, esposa de mi enemigo y madre de mi enemigo -dijo el Gato- ¿forma parte de tu conjuro ese Ratoncito?
-No -repuso la Mujer, y, tirando la paletilla al suelo, se encaramó a un escabel que había frente al fuego y se apresuró a recoger su melena en una trenza por miedo a que el Ratoncito trepara por ella.
-¡Ah! -exclamó el Gato, muy atento-, entonces ¿el Ratón no me sentará mal si me lo como?
-No -contestó la Mujer, trenzándose el pelo-; ómetelo ahora mismo y te quedaré eternamente agradecida.
El Gato dio un salto y cayó sobre el Ratón.
-Un millón de gracias, oh, Gato -dijo la Mujer-. Ni siquiera Primer Amigo es lo bastante rápido para atrapar Ratoncitos como tú lo has hecho. Debes de ser muy inteligente.
En ese preciso instante, querido mío, el cántaro de leche que estaba junto al fuego se partió en dos pedazos... ¿Cómo así?... porque recordaba el trato, y cuando la Mujer bajó del escabel... ¡hete aquí que el Gato estaba bebiendo a lengüetazos la leche blanca y tibia que quedaba en uno de los pedazos rotos!
-Oh, enemiga mía, esposa de mi enemigo y madre de mi enemigo -dijo el Gato-, aquí me tienes, porque me has elogiado por tercera vez y ahora podré beber leche blanca y tibia tres veces al día por los siglos de los siglos. Pero sigo siendo el Gato que camina solo y a quien no le importa estar aquí o allá.
Entonces la Mujer rompió a reír, puso delante del Gato un cuenco de leche blanca y tibia y comentó:
-Oh, Gato, eres tan inteligente como un Hombre, pero recuerda que ni el Hombre ni el Perro han participado en el trato y no sé qué harán cuando regresen a casa.
-¿Y a mi qué más me da? -exclamó el Gato-. Mientras tenga un lugar reservado junto al fuego y leche para beber tres veces al día me da igual lo que puedan hacer el Hombre o el Perro.
Aquella noche, cuando el Hombre y el Perro entraron en la cueva, la Mujer les contó de cabo a rabo la historia del acuerdo, y el Hombre dijo:
-Está bien, pero el Gato no ha llegado a ningún acuerdo conmigo ni con los Hombres cabales que me sucederán.
Se quitó las dos botas de cuero, cogió su pequeña hacha de piedra (y ya suman tres) y fue a buscar un trozo de madera y su cuchillo de hueso (y ya suman cinco), y colocando en fila todos los objetos, prosiguió:
-Ahora vamos a hacer un trato. Si cuando estás en la cueva no atrapas Ratones por los siglos de los siglos, arrojaré contra ti estos cinco objetos siempre que te vea y todos los Hombres cabales que me sucedan harán lo mismo.
-Ah -dijo la Mujer, muy atenta-. Este Gato es muy listo, pero no tan listo como mi Hombre.
El Gato contó los cinco objetos (todos parecían muy contundentes) y dijo:
-Atraparé Ratones cuando esté en la cueva por los siglos de los siglos, pero sigo siendo el Gato que camina solo y a quien no le importa estar aquí o allá.
-No será así mientras yo esté cerca -concluyó el Hombre-. Si no hubieras dicho eso, habría guardado estas cosas por los siglos de los siglos, pero ahora voy arrojar contra ti mis dos botas y mi pequeña hacha de piedra (y ya suman tres) siempre que tropiece contigo, y lo mismo harán todos los Hombres cabales que me sucedan.
-Espera un momento -terció el Perro-, yo todavía no he llegado a un acuerdo con él -se sentó en el suelo, lanzando terribles gruñidos y enseñando los dientes, y prosiguió-: Si no te portas bien con el Bebé por los siglos de los siglos mientras yo esté en la cueva, te perseguiré hasta atraparte, y cuando te coja te morderé, y lo mismo harán todos los Perros cabales que me sucedan.
-¡Ah! -exclamó la Mujer; que estaba escuchando-. Este Gato es muy listo, pero no es tan listo como el Perro.
El Gato contó los dientes del Perro (todos parecían muy afilados) y dijo:
-Me portaré bien con el Bebé mientras esté en la cueva por los siglos de los siglos, siempre que no me tire del rabo con demasiada fuerza. Pero sigo siendo el Gato que camina solo y a quien no le importa estar aquí o allá.
-No será así mientras yo esté cerca -dijo el Perro-. Si no hubieras dicho eso, habría cerrado la boca por los siglos de los siglos, pero ahora pienso perseguirte y hacerte trepar a los árboles siempre que te vea, y lo mismo harán los Perros cabales que me sucedan.
A continuación, el Hombre arrojó contra el Gato sus dos botas y su pequeña hacha de piedra (que suman tres), y el Gato salió corriendo de la cueva perseguido por el Perro, que lo obligó a trepar a un árbol; y desde entonces, querido mío, tres de cada cinco Hombres cabales siempre han arrojado objetos contra el Gato cuando se topaban con él y todos los Perros cabales lo han perseguido, obligándolo a trepar a los árboles. Pero el Gato también ha cumplido su parte del trato. Ha matado Ratones y se ha portado bien con los Bebés mientras estaba en casa, siempre que no le tirasen del rabo con demasiada fuerza. Pero una vez cumplidas sus obligaciones y en sus ratos libres, es el Gato que camina solo y a quien no le importa estar aquí o allá, y si miras por la ventana de noche lo verás meneando su salvaje rabo y andando sin más compañía que su salvaje soledad... como siempre lo ha hecho.

Rudyard Kipling

miércoles, 29 de julio de 2009

¿Fotoshop o gente loca?

Aunque intené, no logré chequear esta información. No sé si es un buen truco o una locura más de la gente.
en el segundo caso, pintar al gato sale miles de dólares y es un proceso que debe repetirse cada tres meses, debido al recambio de pelo del animal.







Es preferible que se trate de un truco de computadora ¿no?
De todos modos, las imágens son simpáticas... salvo que los gatos se pronuncien por lo contrario.







El gato persa



Cierto mercader de Isfahan, al llegar en una caravana a un oasis, ya entrada la noche, encontró a un grupo de bandidos que golpeaban y robaban a un desconocido.
Después de que hubo dispersado a los rufianes hacia el desierto, el mercader se volvió para auxiliar al desconocido, llevó hasta un lugar donde pasar la noche, pagó por su cama y su comida e insistió en acompañarlo hasta que se recuperara.
La noche siguiente, el desconocido -alabado sea el Gran Unico- estaba suficientemente recuperado como para poder sentarse con el mercader junto a una fogata afuera de la tienda.
Más arriba de las palmeras verde oscuro, las estrellas brillaban y resplandecían en la azul medianoche del cielo.
El humo de la fogata se elevaba serpenteando suavemente en la fresca brisa formando y volviendo a formar una interminable procesión de cambiantes configuraciones.
Después de un largo silencio, durante el cual ambos miraban con fijeza el fuego, el extranjero tocó al mercader en la manga y dijo:
-Amigo mío, no sabías nada acerca de mí, sin embargo no vacilaste en ir a rescatarme sin esperar recompensa, lo cual es una señal auténtica de tener un gran corazón. Ahora yo deseo darte un obsequio a cambio. Tú no sabías que soy un mago y puedo darte cualquier cosa que desees.
El mercader contestó:
-He vivido una vida muy buena y felíz con mi familia. He tenido éxito en mi oficio y en este momento no podría desear nada más que estar sentado aquí, en este hermoso y apacible lugar, mirando el fuego, el humo que se arremolina y las estrellas.
El mago afirmó con la cabeza.
-Muy bien. Te haré un regalo con esos mismos elementos para que lo puedas conservar por siempre.
El mago tomó una pequeña lengua de fuego, la luz de dos estrellas distantes, una madeja del rizado humo gris, las amasó y les dió forma en el hueco de sus manos, que se movían con habilidad hasta que surgió de adentro un dulce maullido, un ronroneo y apareció el más maravilloso gatito que nunca antes se hubiera visto. Tenía pelaje gris humo, espeso y corto, ojos brillantes como estrellas, y la punta de su lengua parecía de fuego. Jugaba y ronroneaba y ondulaba la cola como el humo ascendente.
El mago pidió al mercader:
-Lleva a esta hermosa criatura a tu casa; será un amigo para tu familia y un bello objeto en tu hogar por el resto de tus días.
Y esta es la extraña y maravillosa historia de cómo el gato persa llegó a este mundo.

martes, 28 de julio de 2009

¡Gran revuelo gran!

¡En esta casa siempre pasa algo que perturba la paz de los pobres y sufridos gatos! El sábado a la noche, llegó un nuevo integrante de la familia: Frodo.
Es un golden retriver de 55 días, que empezó a hacer "¡guuuf!" y otras cosas inquietantes.




Y, aunque al final se cansa como un bebé y se queda dormidito, deja su aroma a perro por todas partes...



Por ahora, no logra acercarse mucho a los gatos. Y cuando lo logra, mete la pata ladrando o saltando y ellos se escapan.
Frodo los corretea para jugar pero los gatos no quieren jugar con él.
Tuvo algún acercamiento a Negriño a Gandalf.





Pero Kumari, matriarca ofuscada porque le invadieron el territorio y molestan a su familia, sólo quiere cortarlo en tiritas.







Melusina está ofendida con toda la familia, especialmente conmigo, y dice a quien quiera enterarse, que se siente desilusionada de todo y de todos. Así que abandonó la cama de sus padres humanos, duerme en un altillo y, cuando la agarro a upa, me demuestra claramente que "se aguanta" un rato, pero todo el tiempo atenta al momento en que pueda huir.

Y ahora, una pregunta ¿qué pueden estar mirando los tres gatos hacia abajo?

lunes, 27 de julio de 2009

En el viejo caserón

Días y noches eran idénticos. Apenas algún automóvil o imprevistos transeúntes se aproximaban a la gran verja, interrumpiendo la monotonía de calle empedrada, arbolada y pilares embellecidos por floraciones de antiguas enredaderas.
Adentro, el parque y la barranca parecían dormitar sobre el río silencioso, al que ya pocas veces me acercaba.
Admirando un crepúsculo de fuego, sentí la soledad como intensa presencia. Internalicé la urgencia de poblar el vacío con gestos y voces. La idea parecía buena. Más sana que la entrega a recuerdos, cuya persistencia, no ponía fin al duelo de ausencias que me atormentaba.
Amigos envejecidos, enfermos o distantes, hijos y nietos lejanos…se habían transformado en imposibles. Sentí que a pesar de los libros y de las palabras que todavía me permitían el placer de hacer literatura, carecía de algo fundamental: alguien a quien arrullar.
“Un cachorro suave y necesitado de afecto” me dije, “que traiga vida nueva” (No imaginaba a qué clase de vida me refería)





Tal vez llamada por la fuerza de mi pensamiento, una mañana llegó Circe, bonita y pequeña, tanto, que cabía en el hueco de mi mano.
El jardinero dijo haberla encontrado entre los rosales. Era totalmente negra, de ojos brillantes y bellísimo gesto inocente. Jamás había tenido gatos, de modo que aprendí lo concerniente a su cuidado.
Me dediqué a ella. Observaba sus movimientos, ese sorber la tibia leche y descansar de la dulce fatiga. Sus cabriolas, la búsqueda de contacto, sus ronroneos, iban conquistándome.
Aprender a criarla me remontó al tiempo de mi temprana maternidad y ese encuentro con formas incorruptibles, que siendo lo mejor de la condición humana lo son también de la raza, llenó mi alma de ternura. Creí percibir una confirmación de mi conjetura y un secreto favor del destino.
A la hermosa Circe fueron sumándose otros gatunos, tantos, que llegué a transformarme en una de esas criaturas protectoras…que tantas veces había menospreciado en el pasado y la gente llama “locas de los gatos”
No diré las fatigas que esto ocasionaba. Sólo mencionaré el encanto que más y más me introducía en el mundo felino y llenaba mi existencia.
Acorde con el pensamiento mágico que me convirtiera en su cuidadora, me dije que había sido elegida por ellos y no a la inversa. Supe que escudriñaban mis movimientos y que se fastidiaban cuando apenas por instantes, veterinario, amigos o familiares, se acercaban al caserón. Eso desequilibraba su hábitat, modus y tranquilidad.
El hombre que trabajaba en mi jardín, vigilaba taciturno. Sacaba pensativo la pipa de su boca y emitía sonidos aprobatorios, no inteligibles, que acompañaban solícitas miradas. Una noche noté que en la oscuridad sus ojos se tornaban amarillos.
Vivía en los fondos del predio. Su casa, en otras épocas destinada a cuidadores de la quinta, era albergue nocturno de mis animales. Todas las noches uno o dos de los más pequeños me hacían compañía. No voy a ocultar que dormían en mi propia cama, acurrucados y ronroneando, lo que yo sentía como forma de amor.
Sin embargo, el caserón parecía envuelto en misterio. El jardinero tocaba el violín mientras las noches se ponían altas. Esto embellecía la oscuridad, ponía destellos luminosos sobre parterres de la barranca, muros enmohecidos y el ancho río donde reverberaban rayos de luna.
Con el nuevo día, volvía el silencio, el deambular del extraño hombre por entre setos y senderos, siempre ensimismado, siempre ausente.
Un atardecer le pedí que tocara en mi residencia. Aceptó con un solo movimiento de cabeza. Advertí su regocijo interior…como si hubiera estado aguardando ese momento. Con mi empleada preparamos el salón para un concierto.
Más tarde, arrellanada en mi sofá favorito, lo vi llegar vestido formalmente. Todos mis gatos lo seguían… (¿O eran suyos?)
Hizo una inclinación. Inesperada brisa apagó los candelabros. Permanecimos inmersos en el humor rancio de las velas. Leve luminosidad llegaba desde afuera.
En amplio gesto ubicó el violín. Punteó las cuerdas para afinarlas. Dejó caer con fuerza el arco sobre ellas. Los primeros arpegios arrancaron una melodía que desgarró el telón invisible del aire, dando entrada a notas vibrantes, cuya mágica energía nos envolvía.
La música traspasaba mi cuerpo y a los animales. Azorada, vi como éstos comenzaban a transformarse en figuras de apariencia humana, extrañamente ataviadas.
Me incorporé exaltada ¡No podía creer lo que sucedía!...Pronto el salón colmado de presencias se transformó en un ámbito estremecedor. ¡Aquello era desconcertante!… ¡Una escena dantesca!... Intenté razonar… Creí encontrarme en un sueño… Se me acercó una dama. Miraba por entre los pliegues de encaje que le cubrían el rostro…A su lado una muchacha sonreía. No sé porqué reconocí en ella a Circe… ¡Me aterrorizaron!...En movimiento agitado y súbito aparté mis ojos de ellas y las demás figuras. Pensé en ganar el parque ¡huir!... Pero no pude moverme.
Atrapada en la pavorosa pesadilla, grité por una explicación. Interrogué en vano al jardinero, que indiferente, mantenía los párpados cerrados en una ejecución de hipnótico virtuosismo.
El violín hablaba. Contaba una historia que no me atrevía a aceptar. Un secreto de sangre, espanto y eternidad…-¡Vampirismo!-… ¡No! ¡No!... ¡Nooo! ¡Mi corazón estallaba!
La boca del ejecutante distorsionaba en hocico. Su cabeza oblongaba. El cuerpo se cubría de pelambre. Él se fundía a la música y ésta se elevaba en notas doradas que iluminaron por completo el ámbito.
Cuando se hizo silencio, el instrumentista era ya enorme gato. Rostro agudo, mejillas hundidas…ojos enormecidos.
Contemplé la escena horrorizada. Las figuras sobrenaturales, el violinista monstruoso…mi indefensión… ¡Era demasiado!... ¡Otra vez intenté escapar! pero el animal, en un solo zarpazo me atrajo hacia él y clavó sus dientes en mi cuello. Los otros maullaron en coro. Se había cumplido el ritual iniciático.
Al cabo todo fue paz…El mundo, un lugar lejano.




Estuve inmersa en una serie de imágenes brillantes…espejos refractarios de luz… y silencio. Vagar por el territorio del sueño tiene su esplendor. El paso de la vida a la muerte y a la inmortalidad, me parecieron fantasías.
No sé cuántos días transcurrieron. Desperté en la oscuridad. Circe aguardaba a mi lado. Con ella como guía, salí a la ciudad en mi nueva condición. Aquella noche, junto a la catedral de San Isidro, aprendí a abastecer mi sed de sangre.

Norma Spinelli

Hortensia

Hortensia me acompañó desde 1980 hasta 1982, cuando tuve que mudarme y no pude llevarla conmigo.


Era una gatita amigable y besuqueadora. Y una friolenta exagerada, que hasta en verano se acostaba sobre los calefactores que quedaban en piloto.



jueves, 23 de julio de 2009

Eros, un cordobés que se mudó a Buenos Aires

Esta hermosura gatuna se llama Eros. Nació en Córdoba pero ahora vive en Buenos Aires con su humana Verónica.







Vero cuenta:

Amo Córdoba, y obvio, cada vez que puedo me escapo, paro en la casa de mi amiga Marisa, en capital, ella tiene un perro, carlitos y dos gatas, madre e hija…haa y tres hijas adolescentes…..bien, resulta que este año, en Enero coincidieron sus vacaciones y las mías, así que combinamos telefónicamente y el mismo día que yo salía para Córdoba ella salía para la costa, las niñas estarían con el padre, así que me quedaba la casa toda para mi….eso si, me dijo, mira que la gata (hija) tuvo gatitos , así que te voy a pedir que te encargues de darles de comer a toooooodos los animales…ok, dije, no hay problema.

Cuando llegué, siguiendo instrucciones, entre por el pasillo lateral en busca de la llave que estaba donde habíamos quedado…y guay la sorpresa de ver a 5 cositas tan chiquitas y bonitas jugando en el jardín del fondo. Entre a la casa y deje los bolsos y me dispuse a sentarme en el patio trasero para fumarme un cigarrillo entre los mininos y descansar del viaje….

Fue indescriptible la sorpresa cuando uno de esos gatitos (el mas peludo) se subió, no se como, a mi falda, se hizo una bolita y se durmió, sin siquiera conocerme….no me quería ni mover, me daba cosa despertarlo, le hice unos mimos en la “papada” y casi me muero de ternura…se di vuelta, me mostró su pancita peluda y siguió durmiendo patas para arriba con total tranquilidad, y yo dije “mi amor, que cosita, mira que te llevo para buenos aires…”….Luego de la siesta, me seguía a todos lados, y hasta dormía conmigo….es un derroche de mimos por eso el nombre del dios del amor…. y la idea de que viviera con migo fue haciéndose mas fuerte, comencé a averiguar por todas las veterinarias de Córdoba como “se tiene un gato?” ya que nunca había tenido una mascota.

Hable con mi amiga y me comento que ella pensaba quedarse con una de las gatitas (la tercera generación) y el resto iba a darlos en adopción, así que ya estaba todo listo, Eros viajaba a Buenos Aires….

Llame a mi hermano y le pedí que me compre la batea y las piedritas para que cuando Eros llegara tenga su baño, el viaje fue un poco traumático para ambos, pero lo superamos haciéndonos mimos durante nueve horas, llegamos y tire las malditas gotas a la basura, nunca mas le doy esas gotas, sufrí mucho y no me quiero imaginar el, pobrecito.

Obvio que lo primero que hice fue buscar una veterinaria….análisis de cacona…desparasitante…..pulguicida…alimento balanceado….libreta sanitaria con vacunas…en fin, siempre pensé que si voy a tener una mascota, debe estar bien…cuando le dije al veterinario que el me eligió y me adopto me respondió, “ Eso es lo mejor que les podía haber pasado a los dos”. Y dijo que Eros es un gato suertudo, porque lo volví loco preguntándole de todo, comida, vacunas, baño, uñas, etc, etc…(lleve una lista de preguntas el primer día)



El tema de la castración fue una decisión difícil, pero me asesore y resulto ser lo mejor para ambos, lo tome de esa forma, pero lo que me convenció, mas allá de evitar maullidos molestos y olores desagradables, fue el hecho de que el veterinario me dijo que con la castración le alargaba la vida muchos años.

En resumidas cuentas….(esto lo dicen todos)…Eros es un malcriado….hasta caja de chiches tiene…jajajaja….desde que volví de Córdoba en Enero, no me quedo mas a dormir ni en lo de mi mamá, ni en lo de mi ahijada, no quiero que Eros pase una noche solito….aparte que lo extraño mucho cuando me voy a trabajar.

Ya te voy a contar más cosas de el, es muy travieso y curioso, me conoce hasta los estados de ánimo y los tonos de voz.

Agradezco que apareciera en mi vida, si bien ahora, mi vida es pelos por todos lados, la compañía de el es irremplazable.

Te adjunto algunas fotos de Eros bebé, ya te mandaré mas actualizadas.

Gracias por permitirte contarte como un corbobecito cambió mi vida.

miércoles, 22 de julio de 2009

Eros y su familia


El divino de Eros, dueño de la humana Verónica...

...tiene a quién salir...

Mamá de Eros



Papá de Eros


Esta belleza bicolor, tan parecida a mi gata Kumari, es la abuela materna de Eros



Bueno...en cada familia hay algún pariente al que no se parece a los otros, ¿no?



Y a partir de este yin-yan de hermanos, ¡se vienen las hermanitas!!!!














siestita

hermanita de Eros tomando fresco