...¡es que son hermosos!
martes, 22 de diciembre de 2009
lunes, 21 de diciembre de 2009
Gorrión
El pueblo de Gorrión amaneció consternado. La noche anterior la gata Inana había atrapado a Juanito Gorrión, lo desplumó y lo devoró frente a la mirada espantada de sus vecinos y amigos.
Juanito Gorrión era un hombre de esfuerzo, servicial. En sus horas libres, cuando podía, ayudaba a sus vecinos. Pero se había descuidado y la gata Inana, oculta tras el follaje, lo estaba vigilando. Cuando Juanito, confiado, se posó en la última rama, la gata, cazadora por naturaleza, le había dado el zarpazo. El resto era historia, plumas dispersas.
—¡Es el colmo, compañeros!, vociferó Eduardo Gorrión, Presidente de la Junta de Vecinos. ¡Hasta cuándo vamos a soportar estos atropellos!
Un vecino pidió la palabra:
—Compañero Eduardo… Compañero… Por favor… Pido la palabra…
—¿Si, don Luis Gorrión?
—Mire, compañero, yo propongo mayor vigilancia en los árboles. Sugiero que aumentemos la dotación de loros…
Don Jorge Gorrión, el más viejo, pidió la palabra:
—Pero don Luis… Qué sentido tiene… Si ya estamos llenos de loros en los árboles y lo único que hacen es charlar, contar chistes, reírse de los demás… Aumentar la dotación para qué, si con los que tenemos es suficiente… Este asunto de la seguridad pasa por nosotros mismos. Tenemos que estar atentos a cualquier movimiento sospecho en el pueblo…
Desde el pie del ciruelo en donde se ubica la sede social, Inana espera pacientemente.
El pueblo de Gorrión tiene que convivir todos los días con los asaltos a mano armada, con los robos, con la muerte a la cual se han habituado pese a los resguardos y esas plumas de sus vecinos y amigos que tienen que recoger cada cierto tiempo, para darle pajarística sepultura.
Pedro Guillermo Jara
Juanito Gorrión era un hombre de esfuerzo, servicial. En sus horas libres, cuando podía, ayudaba a sus vecinos. Pero se había descuidado y la gata Inana, oculta tras el follaje, lo estaba vigilando. Cuando Juanito, confiado, se posó en la última rama, la gata, cazadora por naturaleza, le había dado el zarpazo. El resto era historia, plumas dispersas.
—¡Es el colmo, compañeros!, vociferó Eduardo Gorrión, Presidente de la Junta de Vecinos. ¡Hasta cuándo vamos a soportar estos atropellos!
Un vecino pidió la palabra:
—Compañero Eduardo… Compañero… Por favor… Pido la palabra…
—¿Si, don Luis Gorrión?
—Mire, compañero, yo propongo mayor vigilancia en los árboles. Sugiero que aumentemos la dotación de loros…
Don Jorge Gorrión, el más viejo, pidió la palabra:
—Pero don Luis… Qué sentido tiene… Si ya estamos llenos de loros en los árboles y lo único que hacen es charlar, contar chistes, reírse de los demás… Aumentar la dotación para qué, si con los que tenemos es suficiente… Este asunto de la seguridad pasa por nosotros mismos. Tenemos que estar atentos a cualquier movimiento sospecho en el pueblo…
Desde el pie del ciruelo en donde se ubica la sede social, Inana espera pacientemente.
El pueblo de Gorrión tiene que convivir todos los días con los asaltos a mano armada, con los robos, con la muerte a la cual se han habituado pese a los resguardos y esas plumas de sus vecinos y amigos que tienen que recoger cada cierto tiempo, para darle pajarística sepultura.
Pedro Guillermo Jara
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Los gatos en la literatura - narrativa
jueves, 17 de diciembre de 2009
Con buena voluntad
Sólo al casarse descubrió que su mujer acostumbraba dormir con el gato y, para poder ingresar en el descanso nocturno, tenía que agarrarle con fuerza una de sus patas.
Cuando murió el animal y ella aseguró que jamás volvería a conciliar el sueño, él se resignó a sustituirle el piloso amuleto por otro que no era trasunto fiel, pero servía.
Myriam Bustos Arratia
Cuando murió el animal y ella aseguró que jamás volvería a conciliar el sueño, él se resignó a sustituirle el piloso amuleto por otro que no era trasunto fiel, pero servía.
Myriam Bustos Arratia
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Los gatos en la literatura - narrativa
Olor del cielo
Un día por año, durante una hora, es posible abrir la puerta del Cielo. El único requisito es estar atento para percibir el resplandor muy leve que dibuja en la pared de enfrente los contornos delicados y precisos de una puerta.
Hay que empujarla con las dos manos y apoyar después todo el cuerpo, suavemente. Se sabe que uno ha entrado sólo por el olor del Cielo, que es peculiar e inolvidable y no se parece a ninguno de los olores de la Tierra, ni siquiera al del jazmín del Cabo o al de la algalia, o al del clavel suntuoso o al de las rosas de Cádiz, o al almizcle.
No es posible recordar nada más porque el olor del Cielo marea y desmaya, confunde y oblitera todos los otros sentidos. Nadie puede relatar, por tanto, su visita al Cielo porque su único recuerdo es un olor, y éste es indescriptible e imperceptible para todos los demás seres humanos. Pero sí puede presentar la prueba, porque detrás del visitante se alinean los gatos y olfatean con adoración al que regresa del Cielo y maúllan, despechados, a la Luna que nunca baja, que siempre está demasiado lejos para olerla.
María Rosa Lojo
Hay que empujarla con las dos manos y apoyar después todo el cuerpo, suavemente. Se sabe que uno ha entrado sólo por el olor del Cielo, que es peculiar e inolvidable y no se parece a ninguno de los olores de la Tierra, ni siquiera al del jazmín del Cabo o al de la algalia, o al del clavel suntuoso o al de las rosas de Cádiz, o al almizcle.
No es posible recordar nada más porque el olor del Cielo marea y desmaya, confunde y oblitera todos los otros sentidos. Nadie puede relatar, por tanto, su visita al Cielo porque su único recuerdo es un olor, y éste es indescriptible e imperceptible para todos los demás seres humanos. Pero sí puede presentar la prueba, porque detrás del visitante se alinean los gatos y olfatean con adoración al que regresa del Cielo y maúllan, despechados, a la Luna que nunca baja, que siempre está demasiado lejos para olerla.
María Rosa Lojo
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Los gatos en la literatura - narrativa
martes, 15 de diciembre de 2009
Melusina al sol
Melusina sale a tomar sol en las ventanas del primer piso. Cambia de lugares y posiciones para tomarlo en las distintas partes del cuerpo.
Da un poco de impresión verla hacer equilibrio sobre las macetas, sin pisar las plantas, con semejante panza.
Pero el problema es de quienes la miramos, no de ella.
Da un poco de impresión verla hacer equilibrio sobre las macetas, sin pisar las plantas, con semejante panza.
Pero el problema es de quienes la miramos, no de ella.
domingo, 13 de diciembre de 2009
Había una vez una gata
Había una vez una gata
con una manchita negra en la trompa.
Vivía en una casita blanca con una ventana
debajo del cielo azul, la la la…
Si la guitarra sonaba
la gata decía miauu
y una estrellita bajaba para escucharla
y luego subía arriba del cielo azul, la la la…
Ahora no vivo más allí,
todo ha cambiado, no vivo más allí.
Yo tengo una casa lindísima
como la soñabas tú;
pero yo extraño a mi gata
con una manchita negra en la trompa
y vivía en una casita blanca con una ventana
arriba del cielo azul, la la la…
Luis María Pescetti
con una manchita negra en la trompa.
Vivía en una casita blanca con una ventana
debajo del cielo azul, la la la…
Si la guitarra sonaba
la gata decía miauu
y una estrellita bajaba para escucharla
y luego subía arriba del cielo azul, la la la…
Ahora no vivo más allí,
todo ha cambiado, no vivo más allí.
Yo tengo una casa lindísima
como la soñabas tú;
pero yo extraño a mi gata
con una manchita negra en la trompa
y vivía en una casita blanca con una ventana
arriba del cielo azul, la la la…
Luis María Pescetti
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Los gatos en la literatura para chicos
Rock del gato
Quiero verla en el show
es como un gato siamés
su cola arde en el risco
espero que alguna vez
al ver tus ojos me des
alguna noche de hotel.
En mi boca no hay control
me voy cayendo a tus pies
las piernas son un abrigo
al menos no moriré
si todo me sale bien
lo haré de nuevo otra vez.
Quiero verla en el show
es como un gato siamés
su cola arde en el risco
espero que alguna vez
al ver tus ojos me des
alguna noche de hotel.
Los ratones paranoicos
es como un gato siamés
su cola arde en el risco
espero que alguna vez
al ver tus ojos me des
alguna noche de hotel.
En mi boca no hay control
me voy cayendo a tus pies
las piernas son un abrigo
al menos no moriré
si todo me sale bien
lo haré de nuevo otra vez.
Quiero verla en el show
es como un gato siamés
su cola arde en el risco
espero que alguna vez
al ver tus ojos me des
alguna noche de hotel.
Los ratones paranoicos
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Los gatos en la literatura - poesía
miércoles, 9 de diciembre de 2009
martes, 8 de diciembre de 2009
Primera salida a su nuevo jardín
viernes, 4 de diciembre de 2009
Aragorn
Este es Aragorn. Nació el 21 de setiembre de este año y llegó a casa hoy.
Melusina y Negriño lo recibieron muy bien. Gandalf fue absolutamente indiferente.
Pero Kumari no lo aceptó ¡y se armó la batahola! En esta casa, si uno es gato, hay que ser aceptado por Kumari, que es la matriarca. Le hizo fus a él y a Melusina que ya lo había estado lamiendo.
Desde ese momento, Aragorn les hace fus a todos los gatos y ellos a él.
Pero para Kumari la maternidad es un punto muy débil. Ya lo va a aceptar y les va a permitir a los otros gatos que también lo acepten.
Perla, de la Veterinaria "La ruta" de S.C. de Bariloche
Perla es la nueva integrante del staff de la veterinaria "La ruta" de S.C. de Bariloche
Sus humanos, Fernando, Vivi, Vale y Mariana se dedican a atender y curar animalitos...¡y a castrarlos!!!
¡Rápidop A-Risco, venite pronto de Río Grande, antes de que castren a esta bellecita blanca, justo como para vos!!!
Sus humanos, Fernando, Vivi, Vale y Mariana se dedican a atender y curar animalitos...¡y a castrarlos!!!
¡Rápidop A-Risco, venite pronto de Río Grande, antes de que castren a esta bellecita blanca, justo como para vos!!!
jueves, 3 de diciembre de 2009
Colorado anónimo de Valdivia, Chile
martes, 1 de diciembre de 2009
Plata y sus bebés, de Villa María, Córdoba
Esta hermosura es Plata. Su dueña, Mariela Beby Rubiano es criadora de siames thai. Hace poquito incorporó esta otra raza y nos cuenta:
PLATA ES DE RAZA SEYCHELLOIS O SNOWSHOES, COMO OTROS LA LLAMAN. TIENE UN AÑO. LA COMPRE A UNA CRIADORA DE MAR DEL PLATA, DE AHI EL NOMBRE.... TODA UNA ODISEA TRAERLA A ELLA Y A OTRA HERMANITA QUE COMPRE. AL FIN CONSEGUI UNA MUDANZA QUE VENIA DE ALLI Y VIAJARAN EN ESE CAMION HASTA VILLA MARIA, CORDOBA.
ESTA CON 4 BEBES, Y SE ASOCIO CON MI GATA JULIA Y CRIAN A SUS BEBES JUNTITOS.SON UNAS MADRAZAS LAS DOS!!! AHI TEMANDO UNAS CUANTOS FOTOS DE ELLA Y ALGUNOS DE SUS BEBES.
Si a algún lector le interesan estas bellecidades de raza, tien que dirigirse a Beby: CRIADERO DE SIAMESES THAI, SAN JORGE: beby197624@hotmail.com
lunes, 30 de noviembre de 2009
Gato anónimo de Magallanes, Chile
sábado, 28 de noviembre de 2009
Narciso
Si salía, encerraba a los gatos. Los buscaba, debajo de los muebles, en la ondulación de los cortinajes, detrás de los libros, y los llevaba en brazos, uno a uno, a su dormitorio, Allí se acomodaban sobre el sofá de felpa raída, hasta su regreso. Eran cuatro, cinco, seis, según los años, según se deshiciera de las crías, pero todos semejantes, grises y rayados y de un negro negrísimo.
Serafín no los dejaba en la salita que completaba, con un baño minúsculo, su exiguo departamento, en aquella vieja casa convertida, tras mil zurcidos y parches, en inquilinato mezquino, por temor de que la gatería trepase a la cómoda encima de la cual el espejo ensanchaba su soberbia.
Aquel heredado espejo constituía el solo lujo del ocupante. Era muy grande, con el marco dorado, enrulado, isabelino, Frente a él, cuando regresaba de la oficina, transcurría la mayor parte del tiempo de Serafín. Se sentaba a cierta distancia de la cómoda y contemplaba largamente, siempre en la misma actitud, la imagen que el marco ilustre le ofrecía: la de un muchacho de expresión misteriosa e innegable hermosura, que desde allí, la mano izquierda abierta como una flor en la solapa, lo miraba a él, fijos los ojos del uno en el otro. Entonces los gatos cruzaban el vano del dormitorio y lo rodeaban en silencio. Sabían que para permanecer en la sala debían hacerse olvidar, que no debían perturbar el examen meditabundo del solitario, y, aterciopelados, fantasmales, se echaban en torno del contemplador.
Las distracciones que antes debiera a la lectura y a la música propuesta por un antiguo fonógrafo habían terminado por dejar su sitio al único placer de la observación frente al espejo. Serafín se desquitaba así de las obligaciones tristes que le imponían las circunstancias. Nada, ni el libro más admirable ni la melodía más sutil, podía procurarle la paz, la felicidad que adeudaba a la imagen del espejo. Volvía cansado, desilusionado, herido, a su íntimo refugio, y la pureza de aquel rostro, de aquella mano puesta en la solapa le infundía nueva vitalidad. Pero no aplicaba el vigor que al espejo debía a ningún esfuerzo práctico. Ya casi no limpiaba las habitaciones, y la mugre se atascaba en el piso, en los muebles, en los muros, alrededor de la cama siempre deshecha. Apenas comía. Traía para los gatos, exclusivos partícipes de su clausura, unos trozos de carne cuyos restos contribuían al desorden, y si los vecinos se quejaban del hedor que manaba de su departamento se limitaba a encogerse de hombros, porque Serafín no lo percibía; Serafín no otorgaba importancia a nada que no fuese su espejo. Éste sí resplandecía, triunfal, en medio de la desolación y la acumulada basura. Brillaba su marco, y la imagen del muchacho hermoso parecía iluminada desde el interior.
Los gatos, entretanto, vagaban como sombras. Una noche, mientras Serafín cumplía su vigilante tarea frente a la quieta figura, uno lanzó un maullido loco y saltó sobre la cómoda. Serafín lo apartó violentamente, y los felinos no reanudaron la tentativa, pero cualquiera que no fuese él, cualquiera que no estuviese ensimismado en la contemplación absorbente, hubiese advertido en la nerviosidad gatuna, en el llamear de sus pupilas, un contenido deseo, que mantenía trémulos, electrizados, a los acompañantes de su abandono.
Serafín se sintió mal, muy mal, una tarde. Cuando regresó del trabajo, renunció por primera vez, desde que allí vivía, al goce secreto que el espejo le acordaba con invariable fidelidad, y se estiró en la cama. No había llevado comida, ni para los gatos ni para él. Con suaves maullidos, desconcertados por la traición a la costumbre, los gatos cercaron su lecho. El hambre los tornó audaces a medida que pasaban las horas, y valiéndose de dientes y uñas, tironearon de la colcha, pero su dueño inmóvil los dejó hacer. Llego así la mañana avanzó la tarde, sin que variara la posición del yacente, hasta que el reclamo voraz trastornó a los cautivos. Como si para ello se hubiesen concertado, irrumpieron en la salita, maulando desconsoladamente.
Allá arriba la victoria del espejo desdeñaba la miseria del conjunto. Atraía como una lámpara en la penumbra. Con ágiles brincos, los gatos invadieron la cómoda. Su furia se sumó a la alegría de sentirse libres y se pusieron a arañar el espejo. Entonces la gran imagen del muchacho desconocido que Serafín había encolado encima de la luna ¬y que podía ser un afiche o la fotografía de un cuadro famoso, o de un muchacho cualquiera, bello, nunca se supo, porque los vecinos que entraron después en la sala sólo vieron unos arrancados papeles¬ cedió a la ira de las garras, desgajada, lacerada, mutilada, descubriendo, bajo el simulacro de reflejo urdido por Serafín, chispas de cristal.
Luego los gatos volvieron al dormitorio, donde el hombre horrible, el deforme, el Narciso desesperado, conservaba la mano izquierda abierta como una flor sobre la solapa y empezaron a destrozarle la ropa.
Manuel Mujica Lainez
Serafín no los dejaba en la salita que completaba, con un baño minúsculo, su exiguo departamento, en aquella vieja casa convertida, tras mil zurcidos y parches, en inquilinato mezquino, por temor de que la gatería trepase a la cómoda encima de la cual el espejo ensanchaba su soberbia.
Aquel heredado espejo constituía el solo lujo del ocupante. Era muy grande, con el marco dorado, enrulado, isabelino, Frente a él, cuando regresaba de la oficina, transcurría la mayor parte del tiempo de Serafín. Se sentaba a cierta distancia de la cómoda y contemplaba largamente, siempre en la misma actitud, la imagen que el marco ilustre le ofrecía: la de un muchacho de expresión misteriosa e innegable hermosura, que desde allí, la mano izquierda abierta como una flor en la solapa, lo miraba a él, fijos los ojos del uno en el otro. Entonces los gatos cruzaban el vano del dormitorio y lo rodeaban en silencio. Sabían que para permanecer en la sala debían hacerse olvidar, que no debían perturbar el examen meditabundo del solitario, y, aterciopelados, fantasmales, se echaban en torno del contemplador.
Las distracciones que antes debiera a la lectura y a la música propuesta por un antiguo fonógrafo habían terminado por dejar su sitio al único placer de la observación frente al espejo. Serafín se desquitaba así de las obligaciones tristes que le imponían las circunstancias. Nada, ni el libro más admirable ni la melodía más sutil, podía procurarle la paz, la felicidad que adeudaba a la imagen del espejo. Volvía cansado, desilusionado, herido, a su íntimo refugio, y la pureza de aquel rostro, de aquella mano puesta en la solapa le infundía nueva vitalidad. Pero no aplicaba el vigor que al espejo debía a ningún esfuerzo práctico. Ya casi no limpiaba las habitaciones, y la mugre se atascaba en el piso, en los muebles, en los muros, alrededor de la cama siempre deshecha. Apenas comía. Traía para los gatos, exclusivos partícipes de su clausura, unos trozos de carne cuyos restos contribuían al desorden, y si los vecinos se quejaban del hedor que manaba de su departamento se limitaba a encogerse de hombros, porque Serafín no lo percibía; Serafín no otorgaba importancia a nada que no fuese su espejo. Éste sí resplandecía, triunfal, en medio de la desolación y la acumulada basura. Brillaba su marco, y la imagen del muchacho hermoso parecía iluminada desde el interior.
Los gatos, entretanto, vagaban como sombras. Una noche, mientras Serafín cumplía su vigilante tarea frente a la quieta figura, uno lanzó un maullido loco y saltó sobre la cómoda. Serafín lo apartó violentamente, y los felinos no reanudaron la tentativa, pero cualquiera que no fuese él, cualquiera que no estuviese ensimismado en la contemplación absorbente, hubiese advertido en la nerviosidad gatuna, en el llamear de sus pupilas, un contenido deseo, que mantenía trémulos, electrizados, a los acompañantes de su abandono.
Serafín se sintió mal, muy mal, una tarde. Cuando regresó del trabajo, renunció por primera vez, desde que allí vivía, al goce secreto que el espejo le acordaba con invariable fidelidad, y se estiró en la cama. No había llevado comida, ni para los gatos ni para él. Con suaves maullidos, desconcertados por la traición a la costumbre, los gatos cercaron su lecho. El hambre los tornó audaces a medida que pasaban las horas, y valiéndose de dientes y uñas, tironearon de la colcha, pero su dueño inmóvil los dejó hacer. Llego así la mañana avanzó la tarde, sin que variara la posición del yacente, hasta que el reclamo voraz trastornó a los cautivos. Como si para ello se hubiesen concertado, irrumpieron en la salita, maulando desconsoladamente.
Allá arriba la victoria del espejo desdeñaba la miseria del conjunto. Atraía como una lámpara en la penumbra. Con ágiles brincos, los gatos invadieron la cómoda. Su furia se sumó a la alegría de sentirse libres y se pusieron a arañar el espejo. Entonces la gran imagen del muchacho desconocido que Serafín había encolado encima de la luna ¬y que podía ser un afiche o la fotografía de un cuadro famoso, o de un muchacho cualquiera, bello, nunca se supo, porque los vecinos que entraron después en la sala sólo vieron unos arrancados papeles¬ cedió a la ira de las garras, desgajada, lacerada, mutilada, descubriendo, bajo el simulacro de reflejo urdido por Serafín, chispas de cristal.
Luego los gatos volvieron al dormitorio, donde el hombre horrible, el deforme, el Narciso desesperado, conservaba la mano izquierda abierta como una flor sobre la solapa y empezaron a destrozarle la ropa.
Manuel Mujica Lainez
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Los gatos en la literatura - narrativa
martes, 24 de noviembre de 2009
Risco de Río Grande, Tierra del Fuego
Gatos drogadictos
En mi casa nunca hubo de estas plantas. Será por eso que mi gata Circe se drogaba con otras sustancias...
Hacía todo esto que muestra el video con cualquier cosa que tuviera olor a lavandina. Y, a falta de lavandina, cualquier otro producto de limpieza. Incluso, cuando uno de sus humanos salía del baño recién bañado, ella se frotaba como loca contra las partes de piel que estuvieran expuestas.
¡Endrogada, la disgraciada!
sábado, 21 de noviembre de 2009
martes, 17 de noviembre de 2009
¡Ah, Jakobson, si le hubieses escuchado!
Para Gastón Gainza, ex profesor en la
Escuela de Castellano de la
Universidad Austral de Chile
Reconozco que el gato nunca había hablado. Desde hacía mucho tiempo mi obsesión era que hablase: por algo existía el modelo de comunicación de Jakobson que estaba ahí, a la mano.
El gato poseía esa mirada inteligente, clara, transparente y de ahí a entablar un diálogo sólo restaba un pequeño esfuerzo. Todos los días lo incentivaba en el ejercicio de la comunicación. Lo de Román Jakobson era materia conocida producto de mis estudios y del celo de mis profesores de lingüística. En ese sentido, cualquier avance, por lo mínimo que fuese, era un gran paso para lograr mi propósito.
Al Diquens –ese era su nombre– lo mimábamos en exceso. Cual perro seguía mis pasos todas las mañanas mientras iba a comprar el pan. El gato me acompañaba maullando con su cola enhiesta. Al regresar le hacía cariño en el lomo –su punto débil– lo cogía en brazos y le comentaba observándolo a los ojos:
—Mira Diquens... en la otra vida estoy seguro que fuiste gásfiter porque te encanta el agua, juegas en el agua que gotea desde las llaves, te inclinas y bebes entrecerrando los ojos con un enorme placer. ¿Fuiste gásfiter? Dime que sí, por favor, no me ocultes la verdad, sé sincero, no me mientas.
Y Diquens, pensativo, después de un largo silencio, que para mí era doloroso, murmuraba:
—Sí, fui gásfiter.
Su respuesta me alegraba y alzándolo hacia el cielo le ofrecía una suculenta porción de pescado fresco. Yo pensaba para mis adentros, lleno de entusiasmo y emoción: ¡Ah, Jakobson, si lo hubieses escuchado!
Por la tarde, el mismo ejercicio: le hacía cariño en el lomo y le comentaba:
—Mira Diquens... en la otra vida estoy seguro que además de gásfiter fuiste zapatero porque te encanta sobarte en nuestros pies, jugar con mis calcetines, ocultarlos mientras desapareces y creo escuchar tu risita contenida y tus ojos flotando en la oscuridad.
—¿Fuiste zapatero? Dime que sí, por favor, no te avergüences, total, habrá otras vidas para ti.
—Sí, fui zapatero.
Y yo, lleno de júbilo, exclamaba: ¡Ah, Jakobson, si lo hubieses escuchado!
A decir verdad, creo que yo quería escuchar lo que quería escuchar porque el gato continuaba con su vida de gato: demarcando su territorio, durmiendo y pensando erróneamente que los gorriones eran ratones con alas y que se posaban en las ramas más altas, fuera del alcance de sus garras, para evitar satisfacer cualquier expectativa del Diquens que se relamía al pie del ciruelo agitando su cola como péndulo blando y peludo.
Por aquellos días mis recursos eran escasos. Soñaba que algún día podría llamar a la televisión, a la radio y a los diarios para anunciarles que era el propietario de un gato que hablaba y que, obviamente, podría obtener algún dinero a costa de su gracia.
Y así transcurrían los días, repasando el modelo de comunicación de este formalista ruso, mientras pensaba lleno de satisfacción y orgullo:
—¡Ah, Jakobson, si lo hubieses escuchado!
Pedro Guillermo Jara
Escuela de Castellano de la
Universidad Austral de Chile
Reconozco que el gato nunca había hablado. Desde hacía mucho tiempo mi obsesión era que hablase: por algo existía el modelo de comunicación de Jakobson que estaba ahí, a la mano.
El gato poseía esa mirada inteligente, clara, transparente y de ahí a entablar un diálogo sólo restaba un pequeño esfuerzo. Todos los días lo incentivaba en el ejercicio de la comunicación. Lo de Román Jakobson era materia conocida producto de mis estudios y del celo de mis profesores de lingüística. En ese sentido, cualquier avance, por lo mínimo que fuese, era un gran paso para lograr mi propósito.
Al Diquens –ese era su nombre– lo mimábamos en exceso. Cual perro seguía mis pasos todas las mañanas mientras iba a comprar el pan. El gato me acompañaba maullando con su cola enhiesta. Al regresar le hacía cariño en el lomo –su punto débil– lo cogía en brazos y le comentaba observándolo a los ojos:
—Mira Diquens... en la otra vida estoy seguro que fuiste gásfiter porque te encanta el agua, juegas en el agua que gotea desde las llaves, te inclinas y bebes entrecerrando los ojos con un enorme placer. ¿Fuiste gásfiter? Dime que sí, por favor, no me ocultes la verdad, sé sincero, no me mientas.
Y Diquens, pensativo, después de un largo silencio, que para mí era doloroso, murmuraba:
—Sí, fui gásfiter.
Su respuesta me alegraba y alzándolo hacia el cielo le ofrecía una suculenta porción de pescado fresco. Yo pensaba para mis adentros, lleno de entusiasmo y emoción: ¡Ah, Jakobson, si lo hubieses escuchado!
Por la tarde, el mismo ejercicio: le hacía cariño en el lomo y le comentaba:
—Mira Diquens... en la otra vida estoy seguro que además de gásfiter fuiste zapatero porque te encanta sobarte en nuestros pies, jugar con mis calcetines, ocultarlos mientras desapareces y creo escuchar tu risita contenida y tus ojos flotando en la oscuridad.
—¿Fuiste zapatero? Dime que sí, por favor, no te avergüences, total, habrá otras vidas para ti.
—Sí, fui zapatero.
Y yo, lleno de júbilo, exclamaba: ¡Ah, Jakobson, si lo hubieses escuchado!
A decir verdad, creo que yo quería escuchar lo que quería escuchar porque el gato continuaba con su vida de gato: demarcando su territorio, durmiendo y pensando erróneamente que los gorriones eran ratones con alas y que se posaban en las ramas más altas, fuera del alcance de sus garras, para evitar satisfacer cualquier expectativa del Diquens que se relamía al pie del ciruelo agitando su cola como péndulo blando y peludo.
Por aquellos días mis recursos eran escasos. Soñaba que algún día podría llamar a la televisión, a la radio y a los diarios para anunciarles que era el propietario de un gato que hablaba y que, obviamente, podría obtener algún dinero a costa de su gracia.
Y así transcurrían los días, repasando el modelo de comunicación de este formalista ruso, mientras pensaba lleno de satisfacción y orgullo:
—¡Ah, Jakobson, si lo hubieses escuchado!
Pedro Guillermo Jara
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Los gatos en la literatura - narrativa
domingo, 15 de noviembre de 2009
El Negro de Puerto Madryn
Dino, De puerto Madryn, Chubut
sábado, 14 de noviembre de 2009
Cleo, Blanqui y Chipi de Puerto Madryn, Chubut
jueves, 12 de noviembre de 2009
Nuestro gato de cada día
En alguna parte de mi casa hay un gato muriéndose de hambre. Eso me desespera, me desespera oír sus chillidos agudos y tener que buscarlo y buscarlo sin poder encontrarlo (también me desespera la idea de todos esos animales que no tienen voz propia y por lo tanto no pueden chillar y señalarse en algún rincón de casa cuando están atrapados, muriéndose de hambre).
esto ocurre a menudo por defectos absolutamente míos:
1) No tengo oído direccional.
2) Mi casa es demasiado grande, laberíntica, y por lo tanto revisarla a fondo me llevaría semanas.
Y el gato chilla cada vez más débilmente y yo sé que la gonía ya ha empezado.
Yo mientras tanto busco por donde puedo buscar y eso, claro, no me conduce a nada. La verdadera busca debe llevarse a cabo por esas zonas que ni siquiera intuimos, las que quizá no existan pero que sí albergan a ese gato dentro nuestro que no nos deja descansar con sus chillidos, que nos hace buscar sin saber qué y menos aún dónde.
Luisa Valenzuela
esto ocurre a menudo por defectos absolutamente míos:
1) No tengo oído direccional.
2) Mi casa es demasiado grande, laberíntica, y por lo tanto revisarla a fondo me llevaría semanas.
Y el gato chilla cada vez más débilmente y yo sé que la gonía ya ha empezado.
Yo mientras tanto busco por donde puedo buscar y eso, claro, no me conduce a nada. La verdadera busca debe llevarse a cabo por esas zonas que ni siquiera intuimos, las que quizá no existan pero que sí albergan a ese gato dentro nuestro que no nos deja descansar con sus chillidos, que nos hace buscar sin saber qué y menos aún dónde.
Luisa Valenzuela
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sábado, 7 de noviembre de 2009
Pía de Puerto San Julián, Santa Cruz
Pía nació en Perito Moreno, Santa Cruz y hace poquito se mudó a la casa de sus nuevos humanos, Claudia, Tato y Facu y Ioam, en Puerto San Julián.
Cacho cuenta que:
¿Vos sabías que a la mamá de Pía la encontré camino a mi trabajo una mañana de invierno?, solamente tenía unas semanas de vida, se cortaba de flaca la pobre, iba junto a su hermanito. Alguien los había abandonado y yo justo pasaba caminando por el lugar. Llevaba unas galletitas en el bolsillo, los engañe con eso y vinieron a mi encuentro. Los tomé a los dos y los puse dentro de mi campera, así caminamos hasta la chacra, fueron dos km de charla animal. Al tiempo me robaron al machito y me quedé con "la Negra". Se enamoró del vecino, un gatazo viejo con cara de malo. De esa unión nacieron Pía y Narizota, de pelajes casi idénticos. Al machito se lo llevaron los del vivero Municipal, le dieron trabajo. Pía me esperaba todas las mañanas abajo del trailer para desayunar. Ya entrado el invierno, decidí llevarla a casa para que viva con mi familia. En el trailer, ya nadie me espera y cuando llego a casa tampoco se cruza frente al auto para que yo la vea. Ella se fue con unos amigos que la adoptaron con el corazón y yo busco por el pueblo a mi próximo/a felino amigo...
En San Julián, Pía vive en la casa que hasta ahora era sólo de Laisa. Al principio, con Laisa, se miraron con desconfianza y algún gruñidito. Pero se van a ir haciendo amigas
En esta, Pía espía por encima del hombro de uno de sus humanos
Con su nuevo humano Tato
Cacho cuenta que:
¿Vos sabías que a la mamá de Pía la encontré camino a mi trabajo una mañana de invierno?, solamente tenía unas semanas de vida, se cortaba de flaca la pobre, iba junto a su hermanito. Alguien los había abandonado y yo justo pasaba caminando por el lugar. Llevaba unas galletitas en el bolsillo, los engañe con eso y vinieron a mi encuentro. Los tomé a los dos y los puse dentro de mi campera, así caminamos hasta la chacra, fueron dos km de charla animal. Al tiempo me robaron al machito y me quedé con "la Negra". Se enamoró del vecino, un gatazo viejo con cara de malo. De esa unión nacieron Pía y Narizota, de pelajes casi idénticos. Al machito se lo llevaron los del vivero Municipal, le dieron trabajo. Pía me esperaba todas las mañanas abajo del trailer para desayunar. Ya entrado el invierno, decidí llevarla a casa para que viva con mi familia. En el trailer, ya nadie me espera y cuando llego a casa tampoco se cruza frente al auto para que yo la vea. Ella se fue con unos amigos que la adoptaron con el corazón y yo busco por el pueblo a mi próximo/a felino amigo...
En San Julián, Pía vive en la casa que hasta ahora era sólo de Laisa. Al principio, con Laisa, se miraron con desconfianza y algún gruñidito. Pero se van a ir haciendo amigas
En esta, Pía espía por encima del hombro de uno de sus humanos
Con su nuevo humano Tato
miércoles, 4 de noviembre de 2009
La rebelión de los gatos
Para Paz, que los ama.
El alimento de los gatos se había acabado en los negocios del barrio. No hay, era la explicación de los comerciantes.
Los gatos se inquietaban.
Los amos se inquietaban.
Los comerciantes se inquietaban.
Y también las autoridades,
el Alcalde,
el Gobernador,
el Intendente,
el vecino Pérez, el vecino Pinto.
Todos se inquietaban.
Al principio fue un maullido normal, muy temprano, y le hice cariño como un simple trámite, recuerda. En la tarde fueron varios maullidos, vuelve a recordar. Tenía hambre y no tenía comida. Le sobé el lomo pero el gato respondió con un pequeño zarpazo, malhumorado. Un rasguño, recuerda, sólo eso, un leve rasguño.
Pasaron las horas,
los días, una semana.
Y el alimento para los gatos no llegaba a los negocios del barrio.
Inquietud de las autoridades,
del Alcalde,
del Gobernador,
del Intendente.
Por la noche cientos de ojos comenzaron a brillar sobre los tejados. Provocaba temor esas luces que se movían en la oscuridad, al acecho.
Lo que sucede es que el organismo de los gatos se acostumbró al alimento concentrado, al pelet con forma de pescadito o de pollito porque es adictivo, explica González, un connotado veterinario. Y los gatos no comen otra cosa, sentenció. No ingieren comida casera, una sopita, un budín de acelgas, porotos, arroz, papas, fideos. No, sentencia el médico, tiene que ser pelet. Y nada más.
A la semana subsiguiente se supo del primer caso: un vecino amaneció muerto producto del ataque de Samas, su gato regalón. Sólo se comió las partes más blandas, explicó Rebolledo, el forense, mientras los detectives y el fiscal de turno indagaban en el sitio del suceso.
Cundió el pánico. Los gatos se transformaron en enemigos públicos: cada día aparecían vecinos degollados, desangrados, abuelitos y abuelitas sin ojos, sin orejas, sin lengua. El barrio se vistió de incertidumbre, de temor, de rabia, de impotencia.
Para cuando apareció el pelet para los gatos, con forma de pescadito o de pollito, ya era tarde. Los gatos se habían cebado. Preferían alimentarse de sus amos.
Lo que acontece es que el organismo de los gatos se acostumbró a alimentarse con seres humanos. Los más apetecidos son los engreído, los prepotentes, los abusadores, los usureros, los castigadores, los coimeros, los cínicos, los ladrones de terno y corbata, los mentirosos. Y los gatos no comen otra cosa, sentenció nuevamente el veterinario González frente a las cámaras de televisión, en la conferencia de prensa. Permiso… permiso… esta conferencia ha finalizado… no hay más preguntas… sin comentarios…por favor… no hay más comentarios... la naturaleza es sabia… permiso… y se retiró del lugar.
Al mes siguiente el alimento de los perros se había acabado en los negocios del barrio…
Pedro Guillermo Jara
El alimento de los gatos se había acabado en los negocios del barrio. No hay, era la explicación de los comerciantes.
Los gatos se inquietaban.
Los amos se inquietaban.
Los comerciantes se inquietaban.
Y también las autoridades,
el Alcalde,
el Gobernador,
el Intendente,
el vecino Pérez, el vecino Pinto.
Todos se inquietaban.
Al principio fue un maullido normal, muy temprano, y le hice cariño como un simple trámite, recuerda. En la tarde fueron varios maullidos, vuelve a recordar. Tenía hambre y no tenía comida. Le sobé el lomo pero el gato respondió con un pequeño zarpazo, malhumorado. Un rasguño, recuerda, sólo eso, un leve rasguño.
Pasaron las horas,
los días, una semana.
Y el alimento para los gatos no llegaba a los negocios del barrio.
Inquietud de las autoridades,
del Alcalde,
del Gobernador,
del Intendente.
Por la noche cientos de ojos comenzaron a brillar sobre los tejados. Provocaba temor esas luces que se movían en la oscuridad, al acecho.
Lo que sucede es que el organismo de los gatos se acostumbró al alimento concentrado, al pelet con forma de pescadito o de pollito porque es adictivo, explica González, un connotado veterinario. Y los gatos no comen otra cosa, sentenció. No ingieren comida casera, una sopita, un budín de acelgas, porotos, arroz, papas, fideos. No, sentencia el médico, tiene que ser pelet. Y nada más.
A la semana subsiguiente se supo del primer caso: un vecino amaneció muerto producto del ataque de Samas, su gato regalón. Sólo se comió las partes más blandas, explicó Rebolledo, el forense, mientras los detectives y el fiscal de turno indagaban en el sitio del suceso.
Cundió el pánico. Los gatos se transformaron en enemigos públicos: cada día aparecían vecinos degollados, desangrados, abuelitos y abuelitas sin ojos, sin orejas, sin lengua. El barrio se vistió de incertidumbre, de temor, de rabia, de impotencia.
Para cuando apareció el pelet para los gatos, con forma de pescadito o de pollito, ya era tarde. Los gatos se habían cebado. Preferían alimentarse de sus amos.
Lo que acontece es que el organismo de los gatos se acostumbró a alimentarse con seres humanos. Los más apetecidos son los engreído, los prepotentes, los abusadores, los usureros, los castigadores, los coimeros, los cínicos, los ladrones de terno y corbata, los mentirosos. Y los gatos no comen otra cosa, sentenció nuevamente el veterinario González frente a las cámaras de televisión, en la conferencia de prensa. Permiso… permiso… esta conferencia ha finalizado… no hay más preguntas… sin comentarios…por favor… no hay más comentarios... la naturaleza es sabia… permiso… y se retiró del lugar.
Al mes siguiente el alimento de los perros se había acabado en los negocios del barrio…
Pedro Guillermo Jara
Etiquetas:
Los gatos en la literatura - narrativa
martes, 3 de noviembre de 2009
Pretty de Perito Moreno, Santa Cruz
Pretty vive con sus humanos poetas y escritores, Cacho suarez y Alejandra Negrón, en Perito Moreno, Santa Cruz.
Acá la vemos con Mew y Mweucito y con sus bebés.
Pretty fue muy buena madre, muy cariñosa con sus bebés.
Los pies de esta foto, no sabemos si son del Yeti o de algún telhuelche que pasaba
Esta hermosurita es Betty, hija de Prety. Se llamó así un poco por beteada y otro poco por Betty, la fea. ¡¿Dónde la vieron fea, Cacho y Alejandra?! ¡Sigan dedicándose a la literatura porque para las artes plásticas van muertos, ustedes!
Acá la vemos con Mew y Mweucito y con sus bebés.
Pretty fue muy buena madre, muy cariñosa con sus bebés.
Los pies de esta foto, no sabemos si son del Yeti o de algún telhuelche que pasaba
Esta hermosurita es Betty, hija de Prety. Se llamó así un poco por beteada y otro poco por Betty, la fea. ¡¿Dónde la vieron fea, Cacho y Alejandra?! ¡Sigan dedicándose a la literatura porque para las artes plásticas van muertos, ustedes!
Mew y Mewcito, de Perito Moreno, provincia de Santa Cruz
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